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viernes, 27 de enero de 2017

Atlántov

El infinitivo escribir me ha traído problemas. Ocupé tres días de febrero repitiéndolo en voz alta, doblándole la punta para que dejara de ser infinitivo. Un infinitivo tiene algo de cosa militar: pisan los soldados, los sonidos buscan una silla para esconderse. Solo hay música en el infinitivo ser cantante. 

Fragmento del libro: "Atlántov" de Federico Spoliansky, editado en 2016.

martes, 17 de mayo de 2016

El mago

-Nada por aquí, nada por allá...¡Pero quién fue el degenerado que me lo cambió de lugar!

Isidoro Blaisten. Cuentos cortitos así, texto perteneciente al libro El Mago, 1974.

miércoles, 8 de febrero de 2012

V

Este verdadero poema
no ha sido resuelto aún,
pero quiere vivir bajo su forma.
Aquí,
como sea.

Yo intento atraerlo hacia nosotros,
creo poder transmitir apenas un mote de su espíritu
y en ello dejo buena parte de mis comisuras.

Quizá con el tiempo
las estrofas y los versos se resequen
y musiten desde entonces
un sórdido dibujar de su descreimiento

Luis Alberto Spinetta. De su libro de poemas "Guitarra negra", 1978.

lunes, 8 de agosto de 2011

Habla de la enfermedad en tercera persona.
Los sobrevivientes quieren volver, escapan del refugio, la paz es tan incómoda que se suicidan para confirmar la explosión, buscan estar a solas con ella, vivirla una vez más en el cuerpo, el mundo que conocen permanece en ese abril. Piden volver, no al lugar, al hacinamiento que los sorprendió dormidos. Aman la tierra natal, tropeles de plomo y cobre suben por los aljibes. Algunos han quemado sábanas, arrojado alcohol, encendido el cuerpo y salamandras para volver. Volver y que se reavive la Ucrania del útero radioactivo. Otros imitan la ceguera de los pájaros, el balido de los ciervos. Las náuseas prosperan debajo de los pies. El casco urbano que una vez los albergó habita postales de saqueadores y aventureros. No se vacía el refugio por las muertes, el recambio de comarcas devuelve gritos a los territorios del borde, el poder los ha transformado en mendigos, a gusto en la miseria.

Fragmento del libro: "Duda Patrón" de Federico Spoliansky

lunes, 14 de marzo de 2011

La rodilla y el peroné

Yo sé que a vos te incordia que te llamen Chuengo, pero te decían así porque tenías dificultad para hablar. Sobre todo en el arranque, como en ese discurso pronunciado en el patio central delante del arzobispo y de la entonces ministra de educación. Esa mujer sacó un pañuelo y se tapaba la boca con cada uno de tus carraspeos y tus pasadas de lengua por tus labios de mandril. “Qué feo este chico tan aplicado.” Cuando terminaste, se sonó. Fañoso, propuso entonces el Griego, pero nos pareció malintencionado. Vos lo habías vencido a las bochas jugando con las orejanas y él llegó a sostener, convenciéndola sólo a Moira, que siempre tenés un pelo en la boca. O una ortodoncia que te oprimía el paladar. O el resto de un polvo con el que seguiste blanqueando esa especie de bozal. Y que, en razón de eso, pronunciabas las fricativas con dificultad: Roma, ronda, Rácin, ratero. Te inventaste un bigote. A lo Flaubert, te justificaste. Galos o gauchos. También nos dijiste. Y hasta amenazaste con fumar unos cigarros, chatos, holandeses y de boquilla blanca. Tosías. Los chicles ya te resultaban obscenos. Las pastillas Trineo: unas hostias encogidas, demasiado resistentes, que te maltrataban las encías. ¿Laicas dijiste? Y a vos te seducían los mordiscos y ensayabas las dentelladas. Aunque fuesen en el aire. Tiraba una aceituna como si se tratase de una moneda: cara o ceca. Y te la tragabas de una engullida. Glotón no; pero elogiabas tus incisivos. Ensayaste, mi querido, unos ejercicios que venían acompañados por un par de discos con instrucciones y una dentadura espléndida, sonriente: articular, ápice, fonación, papilas cónicas. Te conseguiste un espejo de bolsillo y apelaste, dándote manija, a cierto héroe haitiano. Desanimado, pero siempre digno, Chuengo querido, adoptaste un conejo que se asomaba apoyándose en el vidrio de tu ventanal. Roma, rosarum, río, reuma y roña.

Del Tapiro en su libreta Mendix.

Fragmento de: “Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX”. David Viñas, Editorial Sudamericana, 2006.

David Viñas nació en Buenos Aires en 1927 y murió en la misma ciudad el 10 de marzo de 2011. Fue escritor e historiador, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y miembro fundador de la revista Contorno.

sábado, 13 de noviembre de 2010

NOAM CHOMSKY Y LAS 10 ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

LAS DIEZ ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

1. La estrategia de la distracción

El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. ”Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones.
Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.

3. La estrategia de la gradualidad.
Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.

4. La estrategia de diferir.
Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad.
La mayoría de las publicidades dirigidas al gran público utilizan discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.
Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido critico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.
Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de manera que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores permanezca y sea imposible de alcanzar para las clases inferiores (ver: “Armas silenciosas para guerras tranquilas”)”.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…

9. Reforzar la autoculpabilidad.
Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!

10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídos y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.

Avram Noam Chomsky (Filadelfia, Estados Unidos, 7 de diciembre de 1928) es un lingüista, filósofo y activista estadounidense. Es profesor emérito de Lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. A lo largo de su vida, ha ganado popularidad también por su activismo político, caracterizado por una visión fuertemente crítica de las sociedades capitalistas y socialistas, habiéndose definido políticamente a sí mismo como un anarquista o socialista libertario.

miércoles, 16 de junio de 2010

"EL PODER DE LA POESIA"

La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden del poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos. Por supuesto, es el pueblo el poseedor de la suprema actitud poética; la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder. Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía. Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada “Poesía oficial”, poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco. La poesía no esa más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder. Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, o la sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar de la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma. La puerta a la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tienen el hábito de fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad. La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.

Aldo Pellegrini (Rosario 1903-1973), poeta, ensayista y crítico de arte.

jueves, 8 de octubre de 2009

CHE, Humberto Constantini

A lo mejor está debajo de la alfombra.
A lo mejor nos mira de adentro del ropero.
A lo mejor ese color habano es una seña.
A lo mejor ese pez colorado es guerrillero.
Yo juro haberlo visto de gato en las azoteas.
Y yo corriendo por los hilos del teléfono.
Señor, ¿Ha revisado bien adentro de su cama?
Oh, John ¿Qué es esa barba que asoma en tu chaleco?
Debiéramos filtrar todas las aguas de los ríos.
Lavar todas las caras de los negros.
Picar la cordillera de Los Andes.
Poner a Sur América en un termo.
Dicen que en Venezuela montaba una guitarra.
Que en Buenos Aires entraba en bandoneones y
Discépolos.
Que en Uruguay punteaba una milonga con el Diablo.
Y en el Brasil vestido de caboclo bajaba a los terreiros.
Pero si ayer nomás saltó en Santo Domingo.
Si en Colombia era cumbia de los filibusteros.
Si lo vi esta mañana con su risa terrible,
soltándole los duendes al espejo.
A mí casi me mata la otra noche,
se subió con un millón de sátiros al sueño.
Ese lío en Bolivia es cosa suya.
Y esos ladridos en la noche no son perros.
Y esa sombra que pasa, ¿Por qué pasa?
Y no me gustan nada esos berridos junto al pecho.
A lo mejor está en la pampa y es graznido.
A lo mejor está en la calle y es el viento.
A lo mejor es una fiebre que no cura,
A lo mejor es rebelión y está viniendo.

Humberto Costantini

martes, 6 de octubre de 2009

Comentario del libro “El Mayor y las perlas”, realizado en la presentación por Susana Micone, en la Feria del Libro 2009 de UNLa.

Después de haber leído la novela “El Mayor y las perlas” y algunas Aguafuertes de los 80, lo imagino a Sergio Fombona como una suerte de “hombre ilustrado”, aquel personaje de Ray Bradboury cuyos tatuajes en la piel cambiaban día a día contando distintas historias. Y Sergio Fombona tiene muchas historias para contar, tal vez por eso esta novela fue precedida por una versión que duplicaba el número de páginas de la presente edición y multiplicaba la cantidad de personajes.
Dice Sergio “esta novela no es un relato histórico, porque en ella la Guerra de las Malvinas aparece apenas recortada, como telón de fondo” y personalmente me aclara que no hay material autobiográfico. Sin embargo, cuando se ubica en la coordenada temporal de la década de los 80, hay marcas de identidad en los personajes y un tránsito por lugares comunes tan bien contado que nos arrastra, confunde y atrapa.
¿Por qué son tan fascinantes los personajes populares? ¿Por qué los incorporan los escritores? ¿Qué experiencias buscan? ¿Qué tipo de lectores en la calle esperan novelas como la de Fombona que eligen como protagonistas a los menos vistos, los hombre más simples?
A diez años de la de la rendición argentina de junio de 1982, el protagonista es Marcelo, tiene 19 años, es El Macho Soldati, un joven boxeador amateur Comparte con nosotros su juventud y recuerda su infancia “en la puerta de A.T.C. con el gentío”- dice su madre- , “tu padre te hizo donar el anillito de oro, ese que tu abuelo había hecho labrar en Salta Capital”. Alrededor del protagonista giran personajes que -con la naturalidad de la vida misma, sin golpes bajos- muestran las miserias humanas durante y después de la guerra de las Malvinas. Sabremos de los sentimientos de un Marcelo adolescente y sus experiencias sexuales cargadas de soledad y erotismo.
Fombona muestra el otro lado, el lado oscuro de la realidad -igual que Cortázar en Torito de Matadero, cuando muestra las desgracias de Justo Suarez, un boxeador de los años 30, el mismo que el periodismo comparaba con el Príncipe de Gales, para disimular en los medios su origen humilde. Aquel boxeador murió de tuberculosis y en la pobreza. ¿Cuándo un hecho real se transforma en ficción? Es difícil transformar lo real en ficción, es difícil hacer cultura popular y escapar a la cultura de masas. Por lo general los novelistas hacen hablar a su personaje en primera persona, como creándoles la voz, usan el lenguaje del pueblo y así suena más real. Sergio, decidió evitar la primera persona, algo que considera una suerte de vicio que muchas veces puede confundirse con intenciones autobiográficas.
Cuando leemos esta novela pensamos ¿dónde está el pasado en nuestras vidas? Tenemos herramientas mentales para armar escalas temporales, sin embargo las distancias emocionales que nos imponemos para evaluarlo son muy distintas. Por lo general –para nuestro bien o nuestra desgracia- las sensaciones físicas asociadas con los años idos son difíciles evocar, los colores empalidecen y películas viejas de nuestra propia vida se pierden irremediablemente. Fombona abre la puerta del tiempo… los imágenes se animan, olores y sensaciones reaparecen en nuestro sentidos.
Los escritores como Sergio viajan en el tiempo, tienen siempre su boleto listo, sabiendo que el pasaje –con sus dos caras de moneda- compra felicidad y dolor. Una vez en la estación temporal elegida, el autor es protagonista y testigo obligado aunque no escriba en primera persona! Ocurre que cuando decimos arte, decimos vivencia y decimos vida y también experiencia.
Tal vez ya se estén preguntando Uds. por los límites de la palabra, yo les digo que tiene dimensión y potencia cuando está trazada por la mano de un buen escritor.
Con la mirada omnisciente de Fombona, transitamos Chacarita, Villa Soldati y Nueva Pompeya acompañando a “El Macho Soldati”, “sufriendo en los mocasines el eterno adoquinado de Roca”, esquivando “los puestos ambulantes a ambos lados de la Avenida Sáenz”.
Conoceremos a “El Pipa”, a pasos de la iglesia de Pompeya, nos recodamos en una mesita de pizzería justo cuando “el olor a muzzarela empezaba a imponerse por sobre el aroma a café de máquina”. Apoyados en la parada del 9 esperamos a La Silvina, escuchamos la sirena del tren en la estación Sáenz y descubrimos “en el baño del hotel, un chato jabón con fragancia a manzana”.
La personalidad de cada personaje, los escenarios, los diálogos, están a un paso de ser un guión para el cine de los jóvenes directores argentinos. Como ellos, Sergio Fombona construye sobre un telón de fondo más o menos consciente pero cierto, el mismo que sustenta nuestro presente, porque somos seres hechos de memoria.
Esta historia es a nuestra medida. En ella el tiempo “ pega y pasa…, como cuando en la escuela primaria se cachetaban las nucas al formar fila”. Es placentero, hallar en esta novela un sello de pertenencia que nos recuerda que transitamos las mismas calles, que podemos reconocernos en quienes nos rodean y que “los otros” son espejo y testigo de nuestra existencia.
Mientras nuestra sociedad es atravesada por lógicas mercantiles, novelas como las de Fombona crean espacios de experiencia, devuelven al individuo y a la colectividad su derecho a la singularidad .
Susana Micone

martes, 29 de septiembre de 2009

Crítica sobre "El Mayor y las perlas" publicada por Nicolás Correa en la revista literaria “Los asesinos tímidos”.

La presente obra delimita el espacio que circunscribe a la literatura y a la historia en el mismo eje, sin caer en los avatares del relato histórico. El texto forma un discurso narrativo donde el tiempo de la narración es mayor que el dato historiográfico. El recorte que el autor ha realizado de la historia de Malvinas, porque es una historia penosa pero lo es al fin, (y no necesitamos recordar cuáles fueron sus causas y sus efectos) es el más acertado para su obra. La descripción deja vislumbrar ciertos matices del plano de la experiencia que no llegan a embarrar la narración. El autor acierta con el trato que hace del tema, ya que lo descomprime mostrándonos ciertas pinceladas del asunto. Refresca ciertas escenas, recupera ciertos personajes y allí gana su esfuerzo por no centralizar la obra en el eje típico de guerra.Macho Soldati, boxeador e iniciáticoEl personaje central de esta obra, boxeador, joven, quién se inicia en la vida, en los placeres, en los trabajos.
Las descripciones acertadas del recorrido que el Macho hace de cada lugar que recorre, la geografía por la cual se desplaza le da al texto el aire de barrio que contagia los personajes con los cuales se relaciona. Todo está minado de esa inocencia de joven que ve por primera vez muchas de las cosas que nunca imaginó. La inocencia del Macho, es la inocencia del que descubre con sus ojos el mundo, en una primera instancia.
El encuentro con el amor, con la belleza, lo va a sorprender y demostrarle que no todo lo que brilla es oro. Ese encuentro con el otro sexo, la desmesura de la situación, el choque de clases que se plantea en ese intercambio sexual, la relación social que se juega en ese episodio, deja en claro que el Macho es más niño de lo que parece.

Golpear, mantener la guardia, quebrar la cintura, buscar el mentón, tirar un cross, caminar el ring, esperar el gancho, intentar nockear, y finalmente pelear por los puntos. Así se mueve el Macho Soldati en sus experiencias. Esa es la forma de transitar la vida. Por eso las dos muchachas no se pueden divertir como sus fortunas, hereditarias, lo permiten. Para Soldati lo lúdico no radica en tomar una línea y volverse un nene bien con aires de rebelde, sino en una exploración, un rastreo de otra sociedad que a él le está totalmente vedada.

El Macho inicia su juego en la vida y camina el ring, transita la lona buscando cansar al rival, intenta nockearlo pero sabe que si va por los puntos tiene posibilidades. Cuando el padrastro lo quiere enfrentar, levanta la guardia, cuando lo quieren sobrar y entretenerse con él, levanta la guardia. Es un personaje singular que mezcla inocencia y barrio pero que se las rebusca saliendo de las cuerdas.Los personajes impregnadosLos personajes que integran El mayor y las perlas son personajes habitados por las costumbres de barrio. En este caso Pompeya es el sitio donde se nuclean ciertos seres con los que gravita el Macho Soldati. Todos bajo la misma lupa de lo barrial. Con solo hacer un recorrido por algunos de la composición de la familia de nuestro personajes principal, entendemos que se trata de determinada clase social. En esto debemos hacer hincapié ya que es una clase que luego se irá comprimiendo en nuestra sociedad, la clase media baja que terminó de baja a pobre. La descripción de su hogar se delinea en costumbres y roles familiares: el padrastro que obliga, la madre que resguarda a su hijo y la hermanita que molesta. Cada uno de ellos se extenderá en esos papeles temáticos. Irán transitando sus tiempos narrativos sin apuro y con un verdadero logro por parte del escritor, haciéndonos creer que están allí, que son un recorte de la vida en curso.La segunda parte de la obra se inicia con un proyecto de ley sobre el uso del idioma nacional en nuestra republica y es la segunda parte del choque de clases, donde se cruzan dos clases bien distintas. Esta segunda parte es donde Macho Soldati vive una experiencia de iniciación, primero por el lugar que toma en la obra, y segundo, por lo que significa en sí dicha experiencia. Es un acercamiento al sexo opuesto que le dará cierto conocimiento de este y también cierto conocimiento de la clase con la cuál se relaciona. Por último, se debe prestar atención al personaje de la mucama que es quien vendrá a equilibrar las cosas en esta historia del Macho Soldati. Ella es quién dicta la procedencia de ellos y qué es lo que hacen en un lugar que les corresponde solo como algo lúdico o de servidumbre.

El mayor y las perlas guarda el sentido de una época histórica en que se definió una republica y sus años venideros.

viernes, 20 de marzo de 2009

Reseña de Enrique G. Gallegos, sobre "El Mayor y las perlas.

El Macho Soldati en Buenos Aires. A propósito de la novela El Mayor y las perlas de Sergio Fombona
Alfonso Reyes señalaba que Argentina y México representaban “los dos fundamentales modos de ser que encontramos en Hispanoamérica.” Aunque el texto de Reyes se inscribe en una polémica por el desciframiento de las identidades nacionales tan en boga a principios del siglo XX, cabría preguntar si Argentina y México siguen siendo los dos polos culturales de Hispanoamérica. Quienes hemos vivido en ambos países tenemos la “sensación” de que así es. Sus publicaciones, escritores, poetas, narradores, revistas y editoriales dan cuenta de ello.Es cierto que durante las últimas tres décadas del siglo XX aconteció una especie de explosión demográfica de escritores (algo que Gabriel Zaid ya señalaba en los años ochenta), paralela o motivada por la “tercera ola” de democratización en el mundo, con el consabido regurgite de la “moda intelectual” y otros “booms” del mass media. No se explica de otra forma el surgimiento de las grandes empresas editoriales y sus pretensiones hegemónicas. El argumento, digamos, es sencillo, pero catastrófico: “donde hay multitudes hay mercado”, ergo el “libro no pasa de ser una mercancía”, etc., etc.Por ello, resultan interesantes los esfuerzos que realizan, tanto en México y como en Argentina, pequeñas editoriales independientes. Y el adjetivo no es un apunte gratuito. Nadie gana su independencia vendiendo jabones, libros de superación personal o cosméticos para señoras amargadas. Tendrán solvencia económica pero no independencia. Frente al avasallamiento mediático y la ferocidad del “discurso oficial” que tácitamente postula con un vocabulario por demás irritante, que más allá no existe literatura, la labor de estas pequeñas editoriales resulta por demás destacable.Una de esas pequeñas editoriales argentinas, Ediciones Godot, publicó una notable novela breve a mediados del año pasado (2008): El mayor y las perlas de Sergio Fombona.Con poco más de 100 páginas, por su brevedad me hizo recordar nuestro Pedro Páramo. Aunque, claro está, son dos ejercicios distintos. La novelita de Rulfo enclavada en lo rural y la imaginería de pueblos y rancherías. La de Sergio Fombona, netamente urbana, con el telón de fondo de Buenos Aires. Un Buenos Aires mítico, por más que la velocidad, la moda, el turismo comercial y la necedad intenten desfigurarlo.El personaje central de la novela me pareció entrañable: el Macho Soldati. Es un personaje triste sin llegar al pesimismo; por momento desilusionado, pero sin caer en la total desesperación; rabioso sin llegar a lo colérico; sociable sin recurrir al servilismo; agudo sin llegar al desplante. Por un momento acompañe al Marcho Soldati deambulando por Florida, por Sarmiento, por Lacroze, buscando una cantina, antro o bule —los porteños dirían bar, tangería, etc.— donde colmar la sed. Intuimos en el Macho Soldati al “desertor” del ejército (quizá sería más exacto decir: de la vida), desilusionado e incrédulo ante el “destino de la nación” o la “Gran Argentina” de la época de la dictadura y otras linduras con las que los políticos latinoamericanos aderezan sus discursos (¿tendrá algo que ver la voz italiana soldato?).La estructura de la novela está ganada por un manejo del tiempo, una sintaxis apretada y una especie de atmósfera que no alcanzo a expresar con precisión. Quizás se trata de una atmósfera de opresión, de angustia, de fatalidad y sin sentido. De hecho me pareció que el Macho Soldati recupera algo del espíritu porteño. “Yo no me meto con vos y vos no me hinchás las pelotas, y hacés lo que diga”. Mi impresión de Buenos Aires ronda esos rasgos; quiero decir, es una ciudad donde uno percibe la ambigüedad de la fuerza, de lo fatal y cierto pesimismo. Con otros motivos, con otras intenciones, pero no pude menos que recordar la película El lado oscuro del corazón. ¿No son hermanos espirituales Oliverio y el Macho Soldati? No sería difícil pensar en una versión cinematográfica. Así como en la película hay algo de búsqueda, en la novela también percibo una búsqueda. Creo que este es el arcana de la trama. La búsqueda de una identidad, de un sentido, de una luz —incluido un infierno, una demencia, una rabia. Aunque es una identidad festiva. Sin llegar a la carcajada, Buenos Aires sabe como divertirse, dialogar y caminar, ¿cómo explicar tanto bar y espacios para el encuentro del otro?, ¿cómo explicar la orgía en la que termina la novela?El Macho Soldati es la reencarnación del dandy dieciochesco, del flaneaur baudeleriano, del regentador, del enamorado, del chulo, del maldito, del antihéroe. Con el Macho Soldati recorremos no sólo las arterias viales de Buenos Aires sino también nos internamos en su complejo sistema de bares. Pero el asunto quizás sería banal si sólo se tratará de describir un recorrido por calles y cantinas. ¡Qué ciudad no tiene sus espacios de perdición, de regocijo, de encuentro, de embriaguez y seducción! Lo importante es que también intenta proponernos una geografía espiritual del porteño. Su titubeo, su temor, su rabia, su duda y la dialéctica de su “orgullo-frustración” profundamente anti-pro-europea —muchas veces apenas insinuada en la propia novela.He dicho apenas insinuada y me detengo en la expresión: ¿no devendrá de ahí la propia brevedad de la novela? Porque cuando insinuamos, nos acogemos al orden de lo apenas indicado, señalado, manifestado. Asumimos el guiño como emblema. Es un ámbito de tenues marcas para que el lector interprete lo no dicho, lo no puesto. Por ello, el arte de la insinuación ronda con el erotismo. ¿Y no es el Macho Soldati un ser profundamente erotizado y sexualizado? Siempre en busca de la mujer. Su reconocimiento emocional y carnal es al mismo tiempo su perdición. Al final, en el fracaso del personaje reconocemos el triunfo de todo ser humano. El Macho Soldati, sin dejar de ser un artificio novelesco, es profundamente humano. Y justamente en eso consiste la magia de la novela: hacer del artificio verbal, humanidad; y de la humanidad, artificio verbal. Y eso es lo que nos entrega Sergio Fombona con su novela. Novela de la identidad y la búsqueda, pero también del cuerpo femenino deseado —ausente.

Enrique G. Gallegos, Guadalajara, México, 20 de febrero de 2009.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Malestar

Espero el poema como aguardo la lluvia y el canto silencioso de la noche; como sigo la línea infinita de las hormigas. Espero el poema como gracia divina, como inmerecido regalo.

El Ser en poesía no existe.
La poesía es movimiento; mejor: advenimiento.

Buscar el silencio en nuestras sociedades contemporáneas es andar en busca de imposibles.
Encontrar el silencio es volver a darle su lugar a la poesía.

En verdad, en poesía todo está dicho desde la antigüedad. Y, sin embargo, continúa tan oscuro. Por eso cada poeta debe remontar el enigma que representa la verdad poética.

La calidad del amor está dada por su capacidad de trasmutarse en feroz odio.

Mi malestar es cierto, palpable, constante e infinito. Mi felicidad huidiza, incierta, infundada y siempre postergada.

No hay —ni puede haber— grandeza moral e intelectual sin tragedia.

Toda ascensión (mística, poética, intelectual, etcétera) nos es dada como pauta para caer mejor y más profundo.

Escribo porque no puedo escupirme. Por rabia, por disgusto y ansiedad. Escribo ante mi cobardía por el suicidio.
Malestar por no poder investirme del no-ser.

Aforismos tomados del libro Malestar, de Enrique G. Gallegos.
Ediciones arlequín, Guadalajara, Jalisco, 2004.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Epílogo

Del recordado Héctor Lastra

Eran cuatro y el mayor no tenía aún diez años. Le tomaba el peso a la piedra, silbando bajito, encabezando el grupo detrás de los macizos de hortensias que bordeaban la ruta. La idea había sido del menor, pero todos lo eligieron a él. Acaso por la edad, acaso para probarlo.
Hacía ya unas cuantas tardes que veían pasar ese coche negro, ancho y larguísimo, acharolado como los zapatos que usaba, por las noches, la hermana de uno de ellos. Acharolado y con un águila plateada en la trompa, y con unas manijas rarísimas que resaltaban sobre las puertas lisitas, sin un solo rayón. Y lo habían podido observar tan bien, porque en ese punto de la ruta el chofer aminoraba la velocidad, ponía los ojos en el desastroso bache que zanjaba el asfalto de lado a lado y, mordiéndose el labio inferior, maniobraba entre el barro y los cascotes para lanzarse de nuevo hacia las casas del alto.
Y también habían podido observar cómo a veces los últimos estertores del sol daban contra esos vidrios limpísimos, siempre subidos hasta arriba del todo. Y en el de la puerta de atrás —ese era el más lindo, el que más tiraba— habían visto lo decisivo.
Dos tardes no más, esa cara diminuta, casi reducida, como enharinada y cubierta de arru­gas de todas las especies, se asomó con ojos du­ros y movedizos. Dos tardes, no más, bajo el sombrero de rafia pardusca, tras el tul salpica­do de pequeñas motas del mismo tono de la rafia, que quizá los cuatro pibes tomaron por verrugas.
Dos tardes en las que se desprendió apenas del respaldo para contemplar el agónico po­niente, el cataclismo de nubes rojas y violáceas. A los pibes, pudo haberlos vistos como no. Lo mismo a los macizos de hortensias. Tal vez haya visto, un poco más a lo lejos, las paredes y los techos de cinc escondidos entre el ramaje de los sauces. O tal vez no haya visto nada. Lo cierto es que ahora los cuatro aguardaban repitiéndo­se que el vidrio iba a quedar hecho puré, que el grito lo iban a oír hasta en la cola de la bomba del fondo, que lo mejor iba a ser rajar para el lado del arroyo y no para el de la fábrica, como decía el Pituso.
De tanto en tanto se aglomeraban coches. Eso, aunque no se lo decían, no les gustaba. La cosa era que estuviera solito, bien solito en medio del bache, sin ninguno atrás tocando bocina. Pero cuando los coches se alejaban, la ruta les cedía todo su silencio, toda su quietud.
El mayor le volvía a tomar el peso a Ia pie­dra, sin demasiada prisa. El menor lo miraba anchísimo de ser su amigo, con las manos en los bolsillos, los labios levemente estirados. Los otros parecían molestos, alteradas sus mejillas por cierto rencor, por un ligero sentimiento de dependencia hacia el mayor, hacia el menor y hacia la basura de coche que no venía, que qué habría pasado justo esa tarde.
El sol se despedía. Noviembre pesaba en el aire, en el vaho que se levantaba de entre los yuyos y las hortensias. Un coche, otro coche, y de nuevo el silencio y la quietud de la ruta.
A veces reían; otras, se preguntaban si no lo habría agarrado el carguero en el paso a nivel. Y ahí sí las risas eran notables. El menor lle­gaba a tumbarse de espaldas, las piernas fIexionadas, las manos sobre el vientre. Después se incorporaba de golpe y la soledad de la ruta le deformaba los labios en una mueca algo más que triste. En un momento dijo:
—¿Y si nos andamos yendo?...
EI mayor, sin volverse para mirarlo, sin si­quiera dejar de tomarle el peso a la piedra pre­guntó:
—Qué, ¿te achicaste?
—No..., qué me voy a achicar.
Entonces se afIojaron los cuatro.
Las primeras brisas traían consigo el recuer­do del río, la fragancia de bulbos florecidos. El silencio era inmenso. Ni bocinas lejanas ni el tan habitual y constante zumbido de los mos­quitos. Aunque no lo comentaron, ya no sentían bronca alguna. Tampoco ganas de oír el esta­llido del vidrio, el grito que de tantas maneras habían imaginado. Pronto, el olor a fritura y a carne asada los llamaría a las casas.
Pero como el coche no estaba subordinado a ellos, apareció de improviso en la curva de la ruta, abriendo velozmente el aire con su águila guardiana. El mayor supo que no podía fallar. Tiró la piedra hacia arriba y la agarró al vuelo. No solo le ardía la mano, también le dolía. Sin comprender del todo el porqué, repitió la prueba. Al agarrar la piedra al vuelo se consideró feliz. El que reemplazaba a su padre siempre decía que la cosa jamás fallaba, que era una fija, sí, no había dos sin tres.
Los amigos lo miraban más a él que al coche, ya despacioso y próximo al bache. Avanzó unos pasos. Miró la piedra y el vidrio. Se echó apenas hacia atrás y levantó
el brazo con violencia. Se mantuvo unos segundos inmóvil, enrojecido, sin respirar. Después arrojó hasta la última gota de furia y de puntería. Pero no hubo estallidos ni gritos. Sólo un ruido breve, hueco y seco, que los dejó estupefactos. Tanto como a la semana, cuando alguien trató de explicarles que algunos se protegían con vidrios brindados, blindados, o algo por el estilo. Tanto como cuando vieron a la vieja tras el vidrio intacto, atravesando el bache, bajo otro casquete de rafia y sacándoles por entre los finos labios la lengua.

Buenos Aires, 26 de diciembre de 1974.

Cuentos, Ediciones Corregidor, enero de 1976.

Estilo Gótico y otras historias de horror.

Cielito del Arropiero

De todos los violadores
que por el mundo vivieron,
ninguno con los honores
y méritos de Arropiero.

Cielito, cielo, que sí,
cielito, que el Arropiero,
cielito, cielo, llegó
y liquidó al abuelo.

Con virilidad hispana.
el susodicho Arropiero
(por alguna sed malsana
la muerte unos cuantos vieron)

Cielito, cielo, que sí,
cielito, que el Arropiero,
cielito, cielo, mató
a más de treinta borregos.

Con su diestra sevillana,
después de echarse un polvete,
se clava una americana
y le desfonda el ojete.

Cielito, cielo, que sí,
cielito, que el Arropiero,
cielito, cielo, mató
hasta con un picahielo.

Después de tantas hazañas
lo agarró la policía:
lo internaron con gran saña,
en un hospital de día.

Cielito, cielo que no,
cielito, cielo y más cielo,
cielito, que no hay derecho,
cielito, que el Arropiero,
cielito, cielo, era un macho
con calle, con clase y huevos.

Estilo gótico y otras historias de horror, Fernando García.
El círculo de Lovecraft. Bs. As. 2007.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La cifra redonda

Del recordado Héctor Libertella

"Detrás de un uruguayo no hay
nada: ni un oriental, ni dos orien-
­ tales, ni treinta y tres orientales."

Juan Carlos Onetti


Cuando Uruguay participó en el Mundial de 1970, en México, era la época de furor por el atletismo y los planes de pizarrón. Las máquinas europeas seña­laban con el dedo el camino del mundo y Sudamérica se había metido en el callejón de la melancolía, del que ya no se sale porque no se quiere salir, ¿quién querría salir de esa súbita, inmóvil sabiduría que da la senilidad precoz? Pues bien, los uruguayos perdían uno a cero con Suecia y jugaban al paso, indiferentes, lentamente con su vejez y sus panzas prominentes. Eran once caciques que se dedicaban con sus gambetas a mantener en pie el misterio del Río de la Plata. Cuando les hicieron el gol volvieron caminando y conversando al centro de la cancha, mientras en la tribuna cien mil fanáticos latinos silbaban de rabia y tal vez de miedo por su propio des­tino. Obviamente, el equipo sueco era una banda de atletas ciegos que buscaba resultado, y parecía bien claro que la realidad del partido estaba jugándose en otro lado, tal vez en la caverna de Platón: el estilo con­tra el gol y la victoria psicológica contra el puntaje (los uruguayos demoraron con sus mañas y no hicieron un solo tiro al arco; cuarenta años de imperio en ese hábito).
Yo ya venía altamente alucinado con ellos. ¿Có­mo imaginar a un equipo que sólo concebía la prístina redondez del cero a cero? Esa política zen en busca de la más extrema transparencia, esa utopía de una cifra que no dice nada para nadie a los uruguayos ya les ha­bía dado, sin embargo, dos Copas de! Mundo y una presencia de terror y amenaza permanente para los se­midioses europeos. Era el año '70, cifra también redon­da. Uruguay había ganado los campeonatos del '3O y del '50, de manera que el '70 era una fija.
En los días previos a ese Mundial tuve que soportar muchas burlas. Sucede que algunas radios y dia­rios me habían preguntado cuál era mi equipo favorito y contesté, invariablemente: Uruguay (lo que reavivó entre mis amigos la sospecha de que, además de escri­tor, yo era un boludo). Hice algo peor, aposté todo mi dinero en una de esas suculentas "pollas" -por las du­das, aposté a placé-. Y la lenta veteranía de Matosas más la poca cintura de Cubíllas colocaron a Uruguay en semifinales; entre los cuatro mejores equipos de1 mun­do... ¿En qué fondo de tabla de posiciones habrán quedado los robots suecos de aquel torneo? "¡El alma ganó!", me dije, y a continuación embolsé unos buenos pesos que todavía me duran gracias a esa demencial apuesta mía a la Historia.
Por aquellos tiempos me consideraba lo que se dice un jugador de casino bastante aceptable. Con una banda de amigos, en su mayoría matemáticos, estába­mos noche y día entre curvas de Gauss, procesos es­tocásticos y cálculo de probabilidades. Semanas y sema­nas sostenidos en pie junto a una mesa de ruleta en Necochea (siempre tenía que ser la misma mesa, para no perder las respuestas afectivas y los jadeos de ese cuerpo de madera, paño y tambor). La posibilidad de que el cero a cero lleve a un equipo a la cima de cual­quier torneo estaba, por supuesto, en nuestras conver­saciones. En ese loco laboratorio veíamos todos y cada uno de los partidos de esos años para que el cómo y el por qué del fútbol acompañaran, con su transpiración absurda, nuestros limpios cálculos y les dieran un cier­to halo de realidad -aunque fuera virtual-. Nunca ha­bíamos pisado una cancha (de hecho, hasta el día de hoy sólo fui dos veces a River para confirmar que la na­turaleza de un partido es arena entre los dedos). Sólo nos interesaba la santidad del juego. El jugador, el juga­dor de verdad, es un santo; si se quiere, un perverso que no busca ganar o perder, que jamás va a asumir esa vul­garidad. Con su política fantasmal del cero a cero los uruguayos se me hacían el ejemplo último de los santos perversos: el hueco, el "agujero" que se produce en un mundo lleno de resultados. En esa Copa de México ga­né: mucho dinero con ellos. Tampoco me interesó mu­cho ese dinero.
Han pasado años desde entonces. Los uruguayos no cambiaron su carácter. A veces pienso que, al revés, se fueron sofisticando: ahora tampoco les importa intervenir o no en un Campeonato Mundial. Como si, por contaminación numérica, el cero a cero los hubiera convertido en un sublime cero a la izquierda. La cifra perfecta, la bella utopía de un país que -como los maestros del Tíbet- practica La Nada.
Yo me paso los días en mi reposera, viendo partido tras partido por televisión y recibiendo a amigos que todavía se burlan de mis cálculos. Ellos vienen del tablón; yo, del tablero. Ellos me hablan de tal o cual jugada con observaciones prácticas, concretas, así como en la vida se ganaron su dinero con esfuerzo. Yo no. Yo puedo adivinar los misterios del fútbol uruguayo por que mi Única garantía sigue siendo la plata dulce. Por eso conozco la magia de ese fútbol ganado sin esfuerzo.

Cuentos de fútbol argentino, Alfaguara, 1997.

miércoles, 30 de julio de 2008

EDUARDO GALEANO, PRIMER CIUDADANO ILUSTRE DEL MERCOSUR.

EDUARDO GALEANO, PRIMER CIUDADANO ILUSTRE DEL MERCOSUR.
Por Eduardo Galeano
Nuestra región es el reino de las paradojas.
Brasil, pongamos por caso: paradójicamente, el Aleijadinho, el hombre más feo del Brasil, creó las más altas hermosuras del arte de la época colonial; paradójicamente, Garrincha, arruinado desde la infancia por la miseria y la poliomielitis, nacido para la desdicha, fue el jugador que más alegría ofreció en toda la historia del fútbol y, paradójicamente, ya ha cumplido cien años de edad Oscar Niemeyer, que es el más nuevo de los arquitectos y el más joven de los brasileños.
O pongamos por caso, Bolivia: en 1978, cinco mujeres voltearon una dictadura militar. Paradójicamente, toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su huelga de hambre. Paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas, hasta que la dictadura cayó.
Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero de Llallagua. En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se había alzado y había hecho callar a todos.
–Quiero decirles estito –había dicho–. Nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni la burguesía ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro.
Y años después, reencontré a Domitila en Estocolmo. La habían echado de Bolivia, y ella había marchado al exilio, con sus siete hijos. Domitila estaba muy agradecida de la solidaridad de los suecos, y les admiraba la libertad, pero ellos le daban pena, tan solitos que estaban, bebiendo solos, comiendo solos, hablando solos. Y les daba consejos:
–No sean bobos –les decía–. Júntense. Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos. Aunque sea para pelearnos, nos juntamos.
Y cuánta razón tenía.
Porque, digo yo: ¿existen los dientes, si no se juntan en la boca? ¿Existen los dedos, si no se juntan en la mano?
Juntarnos: y no sólo para defender el precio de nuestros productos, sino también, y sobre todo, para defender el valor de nuestros derechos. Bien juntos están, aunque de vez en cuando simulen riñas y disputas, los pocos países ricos que ejercen la arrogancia sobre todos los demás. Su riqueza come pobreza y su arrogancia come miedo. Hace bien poquito, pongamos por caso, Europa aprobó la ley que convierte a los inmigrantes en criminales. Paradoja de paradojas: Europa, que durante siglos ha invadido el mundo, cierra la puerta en las narices de los invadidos, cuando le retribuyen la visita. Y esa ley se ha promulgado con una asombrosa impunidad, que resultaría inexplicable si no estuviéramos acostumbrados a ser comidos y a vivir con miedo.
Miedo de vivir, miedo de decir, miedo de ser. Esta región nuestra forma parte de una América latina organizada para el divorcio de sus partes, para el odio mutuo y la mutua ignorancia. Pero sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos, a escupir al espejo, a copiar en lugar de crear.
Todo a lo largo de la primera mitad del siglo diecinueve, un venezolano llamado Simón Rodríguez anduvo por los caminos de nuestra América, a lomo de mula, desafiando a los nuevos dueños del poder:
–Ustedes –clamaba don Simón–, ustedes que tanto imitan a los europeos, ¿por qué no les imitan lo más importante, que es la originalidad?
Paradójicamente, era escuchado por nadie este hombre que tanto merecía ser escuchado. Paradójicamente, lo llamaban loco, porque cometía la cordura de creer que debemos pensar con nuestra propia cabeza, porque cometía la cordura de proponer una educación para todos y una América de todos, y decía que al que no sabe, cualquiera lo engaña y al que no tiene, cualquiera lo compra, y porque cometía la cordura de dudar de la independencia de nuestros países recién nacidos:
–No somos dueños de nosotros mismos –decía–. Somos independientes, pero no somos libres.
Quince años después de la muerte del loco Rodríguez, Paraguay fue exterminado. El único país hispanoamericano de veras libre fue paradójicamente asesinado en nombre de la libertad. Paraguay no estaba preso en la jaula de la deuda externa, porque no debía un centavo a nadie, y no practicaba la mentirosa libertad de comercio, que nos imponía y nos impone una economía de importación y una cultura de impostación.
Paradójicamente, al cabo de cinco años de guerra feroz, entre tanta muerte sobrevivió el origen. Según la más antigua de sus tradiciones, los paraguayos habían nacido de la lengua que los nombró, y entre las ruinas humeantes sobrevivió esa lengua sagrada, la lengua primera, la lengua guaraní. Y en guaraní hablan todavía los paraguayos a la hora de la verdad, que es la hora del amor y del humor.
En guaraní, ñeñé significa palabra y también significa alma. Quien miente la palabra traiciona el alma.
Si te doy mi palabra, me doy.
Un siglo después de la guerra del Paraguay, un presidente de Chile dio su palabra, y se dio.
Los aviones escupían bombas sobre el palacio de gobierno, también ametrallado por las tropas de tierra. El había dicho:
–Yo de aquí no salgo vivo.
En la historia latinoamericana, es una frase frecuente. La han pronunciado unos cuantos presidentes que después han salido vivos, para seguir pronunciándola. Pero esa bala no mintió. La bala de Salvador Allende no mintió.
Paradójicamente, una de las principales avenidas de Santiago de Chile se llama, todavía, Once de Setiembre. Y no se llama así por las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva York. No. Se llama así en homenaje a los verdugos de la democracia en Chile. Con todo respeto por ese país que amo, me atrevo a preguntar, por puro sentido común: ¿No sería hora de cambiarle el nombre? ¿No sería hora de llamarla Avenida Salvador Allende, en homenaje a la dignidad de la democracia y a la dignidad de la palabra?
Y saltando la cordillera, me pregunto: ¿por qué será que el Che Guevara, el argentino más famoso de todos los tiempos, el más universal de los latinoamericanos, tiene la costumbre de seguir naciendo? Paradójicamente, cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. El es el más nacedor de todos.
Y me pregunto: ¿No será porque él decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en este mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?
Los mapas del alma no tienen fronteras, y yo soy patriota de varias patrias. Pero quiero culminar este viajecito por las tierras de la región, evocando a un hombre nacido, como yo, por aquí cerquita.
Paradójicamente, él murió hace un siglo y medio, pero sigue siendo mi compatriota más peligroso. Tan peligroso es que la dictadura militar del Uruguay no pudo encontrar ni una sola frase suya que no fuera subversiva y tuvo que decorar con fechas y nombres de batallas el mausoleo que erigió para ofender su memoria.
A él, que se negó a aceptar que nuestra patria grande se rompiera en pedazos; a él, que se negó a aceptar que la independencia de América fuera una emboscada contra sus hijos más pobres, a él, que fue el verdadero primer ciudadano ilustre de la región, dedico esta distinción, que recibo en su nombre.
Y termino con palabras que le escribí hace algún tiempo:
1820, Paso del Boquerón. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.
Usted no dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía, que se va para siempre.
Se agrisa el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento.
¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen? Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿se harán dignos de tristeza tan honda?
Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.