martes, 6 de octubre de 2009

Comentario del libro “El Mayor y las perlas”, realizado en la presentación por Susana Micone, en la Feria del Libro 2009 de UNLa.

Después de haber leído la novela “El Mayor y las perlas” y algunas Aguafuertes de los 80, lo imagino a Sergio Fombona como una suerte de “hombre ilustrado”, aquel personaje de Ray Bradboury cuyos tatuajes en la piel cambiaban día a día contando distintas historias. Y Sergio Fombona tiene muchas historias para contar, tal vez por eso esta novela fue precedida por una versión que duplicaba el número de páginas de la presente edición y multiplicaba la cantidad de personajes.
Dice Sergio “esta novela no es un relato histórico, porque en ella la Guerra de las Malvinas aparece apenas recortada, como telón de fondo” y personalmente me aclara que no hay material autobiográfico. Sin embargo, cuando se ubica en la coordenada temporal de la década de los 80, hay marcas de identidad en los personajes y un tránsito por lugares comunes tan bien contado que nos arrastra, confunde y atrapa.
¿Por qué son tan fascinantes los personajes populares? ¿Por qué los incorporan los escritores? ¿Qué experiencias buscan? ¿Qué tipo de lectores en la calle esperan novelas como la de Fombona que eligen como protagonistas a los menos vistos, los hombre más simples?
A diez años de la de la rendición argentina de junio de 1982, el protagonista es Marcelo, tiene 19 años, es El Macho Soldati, un joven boxeador amateur Comparte con nosotros su juventud y recuerda su infancia “en la puerta de A.T.C. con el gentío”- dice su madre- , “tu padre te hizo donar el anillito de oro, ese que tu abuelo había hecho labrar en Salta Capital”. Alrededor del protagonista giran personajes que -con la naturalidad de la vida misma, sin golpes bajos- muestran las miserias humanas durante y después de la guerra de las Malvinas. Sabremos de los sentimientos de un Marcelo adolescente y sus experiencias sexuales cargadas de soledad y erotismo.
Fombona muestra el otro lado, el lado oscuro de la realidad -igual que Cortázar en Torito de Matadero, cuando muestra las desgracias de Justo Suarez, un boxeador de los años 30, el mismo que el periodismo comparaba con el Príncipe de Gales, para disimular en los medios su origen humilde. Aquel boxeador murió de tuberculosis y en la pobreza. ¿Cuándo un hecho real se transforma en ficción? Es difícil transformar lo real en ficción, es difícil hacer cultura popular y escapar a la cultura de masas. Por lo general los novelistas hacen hablar a su personaje en primera persona, como creándoles la voz, usan el lenguaje del pueblo y así suena más real. Sergio, decidió evitar la primera persona, algo que considera una suerte de vicio que muchas veces puede confundirse con intenciones autobiográficas.
Cuando leemos esta novela pensamos ¿dónde está el pasado en nuestras vidas? Tenemos herramientas mentales para armar escalas temporales, sin embargo las distancias emocionales que nos imponemos para evaluarlo son muy distintas. Por lo general –para nuestro bien o nuestra desgracia- las sensaciones físicas asociadas con los años idos son difíciles evocar, los colores empalidecen y películas viejas de nuestra propia vida se pierden irremediablemente. Fombona abre la puerta del tiempo… los imágenes se animan, olores y sensaciones reaparecen en nuestro sentidos.
Los escritores como Sergio viajan en el tiempo, tienen siempre su boleto listo, sabiendo que el pasaje –con sus dos caras de moneda- compra felicidad y dolor. Una vez en la estación temporal elegida, el autor es protagonista y testigo obligado aunque no escriba en primera persona! Ocurre que cuando decimos arte, decimos vivencia y decimos vida y también experiencia.
Tal vez ya se estén preguntando Uds. por los límites de la palabra, yo les digo que tiene dimensión y potencia cuando está trazada por la mano de un buen escritor.
Con la mirada omnisciente de Fombona, transitamos Chacarita, Villa Soldati y Nueva Pompeya acompañando a “El Macho Soldati”, “sufriendo en los mocasines el eterno adoquinado de Roca”, esquivando “los puestos ambulantes a ambos lados de la Avenida Sáenz”.
Conoceremos a “El Pipa”, a pasos de la iglesia de Pompeya, nos recodamos en una mesita de pizzería justo cuando “el olor a muzzarela empezaba a imponerse por sobre el aroma a café de máquina”. Apoyados en la parada del 9 esperamos a La Silvina, escuchamos la sirena del tren en la estación Sáenz y descubrimos “en el baño del hotel, un chato jabón con fragancia a manzana”.
La personalidad de cada personaje, los escenarios, los diálogos, están a un paso de ser un guión para el cine de los jóvenes directores argentinos. Como ellos, Sergio Fombona construye sobre un telón de fondo más o menos consciente pero cierto, el mismo que sustenta nuestro presente, porque somos seres hechos de memoria.
Esta historia es a nuestra medida. En ella el tiempo “ pega y pasa…, como cuando en la escuela primaria se cachetaban las nucas al formar fila”. Es placentero, hallar en esta novela un sello de pertenencia que nos recuerda que transitamos las mismas calles, que podemos reconocernos en quienes nos rodean y que “los otros” son espejo y testigo de nuestra existencia.
Mientras nuestra sociedad es atravesada por lógicas mercantiles, novelas como las de Fombona crean espacios de experiencia, devuelven al individuo y a la colectividad su derecho a la singularidad .
Susana Micone

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