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jueves, 21 de marzo de 2013

Territorialidades: Enrique G. Gallegos, Pedro Goche y Francisco Naishtat

Según Yeats la poesía “es un acto social en soledad”, por ese motivo es muy poco común encontrarse con una obra que incluya a tres autores, conviviendo hermanados, bajo un mismo título. Pero en el caso de Territorialidades, cualquier enfoque antitético queda de lado porque justamente cada poeta toma la palabra desde su propia visión del mundo, donde sus ciudades de origen: Guadalajara, San Pedro (México) y Buenos Aires, funcionan como esencial punto de partida para concebir una voz original dentro de la propuesta colectiva. 

Para Enrique G. Gallegos, quien abre el libro, la territorialidad pasa por la condición humana, donde subyacen mediocridad y conformismo emparentados a vileza y resentimiento. La suya es una poética que refleja cruda y sobriamente la vida cotidiana, desarrollando esa imagen ordinaria del hombre común como su principal enemigo. Vale señalar que en estos poemas, tan luminosos como desesperanzadores, encontramos un germen Kafkiano que denuncia, entre otros males civilizatorios, a la rutina como la muerte en vida. En “Anómalos”, el texto que corresponde a Gallegos, la palabra clave parece ser burocracia, y su poética, cargada de violencia lírica, parte de la insensatez para desnudar infamias y sumisiones, similares a las que develara aquel patético personaje sin nombre dostoievskiano de “Memorias del subsuelo”. Pero en el caso específico de Gallegos, quien da clara cuenta de que la sumatoria de vivencias en el avance de los siglos, con todo lo que ello implica, siguen siendo inermes para ciertos comportamientos humanos, lo inconcebible se perfecciona hasta rozar el grado de la ridiculez. 

El segundo autor es Pedro Goche, quien provoca punzando desde el título “Paquetería”, y sin solución de continuidad nos conduce por un territorio extremo, donde la muerte es presentada como estigma de la “mexicanidad”. Para ello se nutre de un México profundo descripto con lenguaje preciso, que permanece impasible a la sombra del imperio y nos hace recordar a los cuentos de “El llano en llamas” y a la novela “Pedro Páramo” de Juan Rulfo (donde también el dolor y la impotencia son eje de la acción), remitiendo al lector por medio de un estilo resuelto a través de la tosca belleza de lo sencillo, a un repaso de su propio proceder, como por ejemplo en el poema Las ciudades enfermas, ó en La Raza, donde nos exhorta a reflexionar sobre civilización y progreso. Porque para Pedro Goche, quien expone el pasado para hacernos comprender nuestro presente, las menudencias de su enunciado pasan a ser opacidades del ánimo, reflejadas en un espejo congénito donde se asienta la memoria de la sangre con dolorosa grandiosidad. 

El tercer y último libro es autoría de Francisco Naishtat y se llama “Destiempos”. En base a una lírica criptica y racional, poblada de surgentes enunciados en los cuales se proyectan nuevos interrogantes, Naishtat construye una poética centrada en la incertidumbre, que pone en foco el olvido como herramienta necesaria para cerrar su idea recurrente de la inexistencia del hombre como individualidad. 
Su propuesta queda manifiesta en el poema “Contrafáctico” donde concluye expresando: El olvido es la comunidad de destino del ser y el no ser 
Mortalidad absurda de la nada. 
Atravesados por una angustia casi suicida, en los poemas de Francisco Naishtat el concepto de realidad queda permanentemente enclenque, y se exhibe, desde la entelequia de su estilo impregnado por una belleza metafísica, un mar de dudas que, como olas, invariablemente regresan a una costa supuesta sin aparente sentido, aunque en realidad conserven un celoso sincretismo universal. 

Sergio Fombona 

Texto leído en la presentación de Territorialidades, en el auditorio David Viñas del Museo del libro y de la lengua de Buenos Aires, el día miércoles 20 de marzo de 2013.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Una auténtica deuda

Como si se tratase de una regla impuesta por el avance de la civilización, siempre asociada al progreso de la humanidad, se presentan algunos hechos como inevitables, pese a tener que establecer múltiples contrariedades en procura de justificarlos. A lo largo de los siglos se podrían citar cantidad de situaciones en las cuales el hombre se ve en la obligación de matar al prójimo para cambiar un estado de cosas hipotéticamente obsoleto. Porque cuando ciertas Naciones resuelven establecer un discurso dominante, enarbolando logros en todos los órdenes de la vida, difícilmente aquellos pueblos señalados como retardatarios por quienes alimentan ese crecimiento, puedan resistir su acometida.
Pero es absurdo argumentar unilateralmente, en nombre de la humanidad civilizada, la necesidad de aniquilar a pobladores nacidos en una región, y al mismo tiempo esgrimir métodos tan bárbaros como los que en teoría pretenden erradicar. Este es el caso de la erróneamente llamada “conquista del desierto”, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, encabezada por el joven general y Ministro de Guerra Julio Argentino Roca. Apuntalada en la corriente occidental de pensamiento europeizante, esta ocupación violenta financiada por la casta patricia que en su mayoría integraba el Gobierno central de Buenos Aires, tenía la finalidad de suprimir a esa supuesta “raza estéril” que habitara el sur de la Argentina, para apropiarse de aquel vastísimo territorio, denominado Patagonia por los colonizadores españoles. La matriz ideológica para fundamentar esta empresa la da, sobre todo, el paradigma urdido por Domingo Faustino Sarmiento en su libro: Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas, donde entre muchos otros hitos instala una dicotomía enfrentando al bien y el mal encarnados en ciudad versus campo, civilidad europea-norteamericana contra ignorancia provinciana, y es en ese marco en el que se consolida el mote de salvaje para los aborígenes, comparándolos con meros animales para restarles escala humana y sentar las bases de su exterminio.
Pasados tantos años, el pueblo argentino todavía mantiene una auténtica deuda con los ciudadanos argentinos que no descienden de los barcos, y para con quienes actúa con marcada indiferencia frente a sus conflictos, que debiese tomar como propios. Y por más que el Gobierno actual haya incluido derechos específicos de los pueblos indígenas dentro de los derechos humanos, hoy en día desde el mismo Estado se priorizan actividades económicas en desmedro de las familias originarias de esos territorios, en muchos casos favoreciendo a empresas locales o de capitales extranjeros, para que implementen el cultivo de soja o desarrollen la minería o extiendan sus yacimientos petrolíferos, aplicando una implacable represión contra la débil resistencia de los aborígenes o el sistemático abandono por parte de las autoridades locales, causando condiciones de extrema pobreza en sus comunidades, desnutrición infantil y trastornos de todo tipo.
Desgraciadamente, hasta que el propio ser humano no controle esa poderosísima droga innata que es el poder, y siga abusando del ejercicio de ese poder, procederá cometiendo genocidios. Porque si la única consecuencia para los victimarios va a ser una tardía deshonra, sólo el revisionismo histórico, parte de la sociología, la antropología social o acaso hasta la literatura en alguna de las categorizaciones -cuya función no es la de suplantar la falta de justicia-, intentarán echar luz sobre los acontecimientos -que como en el caso puntual del exterminio de aborígenes del sur argentino ciento treinta años después continúa generando opiniones antagónicas-, para acercarnos un poco más a la verdad.

Sergio Fombona

Texto leído el 12 de diciembre de 2012 en la inauguración de la Biblioteca Popular “Osvaldo Bayer”, del Centro Cultural Rayuelas del Sur, ubicado en la ciudad de Lanús.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Donde termina la risa

Es natural que haya un final para todo, aunque a uno extrañamente lo sorprenda, especulando con un mínimo de criterio, jamás hubo otra certeza que la muerte, pero los seres humanos desarrollamos por generaciones esa cordura del olvido, logrando una realidad palpable y creíble con la mera intención de sentirnos a salvo, ¿a salvo de qué?: ¿acaso de otros vertebrados?, ¿tal vez del espacio inconmensurable?, ¿quizá del ataque potencial de seres de nuevos mundos?, ¿del temido averno?, ¿o del suicidio? El inconveniente principal es que la realidad muchas veces se nos vuelve en contra, o mejor dicho, somos nosotros quienes construimos esa realidad y somos nosotros únicos responsables del vuelco. Ahora bien, asimismo lo que no se ve o no se conoce pasa a integrar la nada, una ejercida ignorancia sobre la muerte (necesario desplazamiento del rol central para que no tenga una gravitación definitiva en todos los actos de la vida cotidiana; escudo finito si se quiere pero muy efectivo para la conservación de la especie, así es que el descanso de numerosos seres humanos en el mundo logra cierta placidez pese a que haya millones que todavía se sorprenden frente a un deceso), causa un pobrísimo pensamiento mágico de inmortalidad. Aunque si nos toca sufrimos, refiriéndome sólo a la cultura occidental, debido a una cuestión puramente formativa. Disciplinados por la civilización que sustenta premios y castigos, hasta el más incauto puede abonar a la teoría de la desgracia efectiva porque no hay ninguna persona capaz de ir a un hipotético paraíso dada su forma de vida y la obsolescencia de semejantes creencias. Las representaciones que tenemos en mente de la muerte son siempre lúgubres: cuerpos maquillados vestidos con su mejor ropa incrustados en un cajón mortuorio, incapaces de transmitirnos siquiera una señal, darnos la más mínima pauta de lo que nos tocará “vivir” cuando vayamos al otro lado. ¿Qué habrá al cruzar la flaca línea entre estar y no estar? No existe tal línea ni hay otro lado, ni vida prometida, son solamente invenciones paliativas que a lo largo de la historia responden a necesidades equivalentes. Porque a lo largo de la historia humana generaciones de nuestros ancestros han hecho lo posible por averiguar sin resultado alguno. Ya en los albores de la civilización hasta enterraron personas vivas, incluso bebés junto a cadáveres “célebres” momificados, y lo que han conseguido es obtener más cadáveres. Bajo tierra o bajo el sol el mecanismo de la naturaleza es semejante: se tiende a reciclar permanentemente. Está claro que desde los orígenes del universo lo único importante es cumplir con el ciclo vital, no hay ni espíritu ni alma que sirva, lo sustentable es la propia materia orgánica para continuar el proceso regenerativo. En este sistema que reconstituye todo (como los leucocitos fagocitan a las bacterias), lo que el ojo humano no logra advertir pasa a formar parte del misterio. Sabemos y está harto comprobado científicamente que hay un cosmos infinito que nos antecede, del cual sólo se vislumbró una ínfima parte que poco tiene de cielos e infiernos, pero dentro del necesario desarrollo de la comunicación humana se emplean dogmas como el ejemplificado útiles para proveer ese andamiaje que nos hace postergar aquello indefectible. Otra de las cuestiones irresolutas es la concepción, agregada a la muerte, la concepción ha sido desde el principio de la humanidad un problema para el “hombre” quien se proclamaba amo y señor de la creación, por fuerza propia, al comprender que no existiría hombre sin mujer, y es justamente ahí, en ese simple equilibrio natural, donde se justifica la mística del mundo repetida en gran mayoría de las especies. Aunque si nos pusiéramos a pensar, el ser humano nació de la fecundación de insignificancias: espermatozoides y óvulos. La lógica responde cualquier duda al respecto, el desarrollo humano, en proporción al desarrollo del resto de las especies, llegó algo más lejos. Que no tengamos en cuenta que día a día millones de plagas se vuelvan inmunes a los pesticidas, trasmitiendo su daño de generación en generación y obteniendo una defensa efectiva del exterminio en masa para su descendencia, en parte es porque no lo notamos, pero también por la soberbia del ser humano que se ha inventado un ámbito arquetípico en el que caben apenas módicos tipos de “mascotas”, por supuesto inferiores, de allí nace la necesidad de poseer amuletos, fetiches, ídolos y dioses, algunos decretados superlativos por ser anteriores a su existencia, además, sumado al claro fin superior de guiarnos y protegernos de aquello innombrable. Es vital que haya un final para todo aunque extrañamente nos siga sorprendiendo el razonamiento, pero esa sorpresa tampoco deja de ser intrínsecamente humana.



S.F.

sábado, 30 de enero de 2010

El paradigma de la verdad

“Si Dios no existiera sería necesario inventarlo”.
François Marie Arouet, Voltaire

"La idea de un Dios en los cielos es la mejor excusa para un Rey en la tierra. Es por eso que, si Dios existiese, sería necesario abolirlo".
Mijaíl Bakunin

Cadena de fantasíaUn chico está jugando con una rama gris de higuera, la hace oscilar dentro del charco producido por la lluvia nocturna. Acuclillado, mueve esa rama una y otra vez, salpica el agua estancada que, indefectiblemente, aquel sol alto del mediodía terminará evaporando. De pronto, advierte un brillo distinto. El chico se ve motivado a tocar con la punta de la rama ese brillo nuevo. En su intento, disemina todavía más líquido que es absorbido por la tierra lindante. Persiste escarbando con fruición, desespera por alcanzar lo que cubre el barro. Por fin, sale a la luz ese objeto ansiado. Toma la cadenita de fantasía sepultando una mano entera, apenas despuntan pocos eslabones. Se incorpora y corre hacia su casa, con la intención de mostrarle el descubrimiento a la madre.
El chico de cinco años, que nunca había asistido a un jardín de infantes ni a otra institución semejante, disfrutaba, sin saber, jugando en su patio, de gran libertad. Y aquel hallazgo, por insignificante que parezca, implica un corte en la comunicación esencial del ser humano con la naturaleza. El chico, de manera espontánea, estaba interactuando con elementos constitutivos del entorno y, por ende, era parte de una totalidad. Pero el hallazgo de la cadena de fantasía lo catapulta hacia el mundo real, una realidad construida sobre la base de las presunciones de sus antepasados.
El chico, hasta ese momento, no había sentido ningún impulso de responder al “misterio”: un concepto anterior a su comprensión. Ya que es el hombre quien inventa el misterio, y en ese acto además se está inventando a sí mismo. Y es también el hombre quien crea idiomas, tribus, dioses que se le parecen, premios y castigos. Aunque, lejos de contentarse con aquello, inventa otra vida para explicar adonde irían, en función de su comportamiento, los de su especie y, convenientemente, disciplina. Porque, a lo largo de la historia de la humanidad, es el más fuerte quien determina su Olimpo.


La palabra
El hombre necesita encontrarle un sentido a la vida, entonces sueña un origen del mundo poblado de mitos y leyendas, recurriendo al simple fundamento del bien y el mal. Pero se da cuenta de que con eso sólo no basta para convencer a sus iguales, intuye que es esencial ganar su mente y sus corazones estableciendo pautas irrefutables. Finalmente consigue justificar sus dichos autoproclamándose profeta, apelando a supuestos mensajes, revelaciones efectuadas por el mismísimo Dios.
Sin perder su condición de mortales, estos profetas se expresan mediante la palabra, que, venida desde el cielo, inalcanzable e inabarcable, se transforma automáticamente en palabra divina, y a todo el que ose desconfiar lo tildan de apóstata, con la facultad que les proporciona el hecho de considerarse representantes en la tierra del dios inventado por ellos.
Plenos de desbordante imaginación, aquellos mortales que escribieron los primeros libros sagrados dictaron leyes universales, representadas por un complejo sistema de símbolos, para adiestrar conciencias, mostrándonos “el camino” por intermedio de sus “mensajes proféticos”, estableciendo esa liturgia con la intención de apropiarse de la religiosidad inherente a toda persona, su pertenencia a la totalidad y, en nombre del poder espiritual, instalaron la sentencia de que el ser humano es insignificante frente al infinito, morada del Dios proveedor.


Sistema hegemónicoLa idea de que el universo es caos en ningún tiempo fue compartida por quienes deben sostener un orden para funcionar: orden apestado de privilegios, donde, como en la naturaleza animal, se sacrifica a los débiles.
Fomentando esa misma lógica, se utiliza a las religiones para inventar verdades absolutas. Educado bajo esos preceptos, el sujeto relega su potestad de discernimiento y su conciencia de individualidad para pertenecer a un estado de cosas y, al quedar inmerso en ese estado de cosas, presume que puede ejercer su libertad, ¡una libertad concedida por Dios!
Ese pensamiento, basado en el absurdo de escaparle a la muerte y así pasar a un plano superior, se legitima, paradójicamente, generando para cada persona la regla de un destino prefijado.
Los sistemas hegemónicos de dominación urdidos por el hombre han evolucionado mucho desde la invención de las religiones. Sin embargo, se siguen dirimiendo conflictos por medio de la violencia, se sigue afirmando que poblaciones enteras son una amenaza latente debido a sus dogmas.
No obstante, en la actualidad, con el “culto a la imagen” es posible manejar masas, guiando sus gustos, sus opiniones y hasta sus reflexiones; de manera similar, aunque menos meliflua, de como lo llevaban a cabo los intermediarios de Dios.
Pese a que en el mundo moderno no se admiten agnósticos si de dinero se habla, el secreto consiste en la dependencia absoluta no ya de un dios creador y proveedor, sino del consumo para la existencia, que está muy lejos del vacuo consumismo de las representaciones propagandísticas, profesado por quienes manejan actividades comerciales en el orden mundial, aunque cercano a los métodos cardenalicios de “Propaganda fide”*.

Sumatoria de valoresSegún el diccionario de la lengua española en su primera acepción, la religión es un conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
De acuerdo con la Real Academia Española, en tal caso, la religión sería una “sumatoria” de los “valores” esenciales para mantener la convivencia, basados en el apego a la vida, “acuñados” en el respeto por uno mismo y por los demás, el deber ser, la ética, la moral. Pero los libros “sagrados” siempre tuvieron diferentes interpretaciones, y quienes dicen encontrar en ellos la verdad se volvieron mucho más ambiguos, gatopardistas con el fin de utilizar esta “sumatoria” “acuñada” de “valores” para provecho personal, como si esos “valores” aparecieran en las pizarras de las bolsas de comercio.
Se puede afirmar que desde que el hombre es hombre poco ha cambiado su manera de comportarse con el prójimo. Sus mezquindades suelen ser las mismas, sus ambiciones y faltas de escrúpulos calcadas, sustente o no la existencia de Dios. Y mientras en el mundo haya seres humanos que se mueran de hambre, víctimas de la incomprensión, la xenofobia, partícipes involuntarios de guerras, no sólo se vuelve inútil una polémica sobre la existencia de Dios, sino que habría que replantearse seriamente la utilidad de las religiones, incluso si concediéramos que, en un principio, fueron concebidas con un fin altruista.


* Propaganda fide, es el dicasterio (congregación) de la Santa Sede fundado en 1622 por el Papa Gregorio XV con la doble finalidad de difundir el cristianismo en las zonas en las que aún no había llegado el anuncio cristiano y defender el patrimonio de la fe en los lugares en donde la herejía había puesto en discusión el carácter genuino de la fe. Por lo tanto, Propaganda fide era, en la práctica, la Congregación a la que estaba reservada la tarea de organizar toda la actividad misionera de la Iglesia. Por disposición de Juan Pablo II (para hacer más explícitas sus tareas) desde 1988 la primitiva Propaganda fide se llama "Congregación para la evangelización de los pueblos". Fuente: Museos Vaticanos.
Editado en el número 18 de la revista Esperando a Godot, junio de 2008.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cromañón. (Opinión de escritor y baterista).

En el marco del mundo capitalista a ultranza y en un país con una política decadente, sostenida en el cíclico incumplimiento de las obligaciones de un gobierno convertido por poco en feudo recaudador, que deja de ser paternalista para volverse amoral; pero sobre todo en el marco de la Provincia de Buenos Aires como un país dentro de la Argentina, dominado por “punteros” político-sindicales, medios de comunicación monopólicos que se sustentan en la cultura de la imagen y la banalidad, se puede afirmar que los móviles de un siniestro como el acontecido en la discoteca Cromañón son profusos y concatenados.
Hablar con conocimiento de causa, como en mi caso, quiere decir haber participado desde el lugar de músico, timado por los dueños de pub o discotecas y puesto preso desde la puerta de esos mismos lugares cuando esta gente no “arreglaba” con la policía o los funcionarios municipales de turno. Aunque otro fenómeno nocivo, que también tiene relación con los mecanismos de corrupción antes mencionados, a mi entender es la mezcla forzosa, por cuestiones comerciales o peor aún socio-ideológicas, frente a una alarmante carencia de valores morales, del ambiente básicamente correspondiente al del fútbol con el del rock. Fomentado muchas veces por las propias bandas para competir con sus semejantes, recaudar más y poder lograr el ansiado cupo a un sello discográfico, aprovechando a un público adolescente “colorido” y fiel, que emula cánticos de tribuna y confecciona banderas y enciende todo tipo de pirotecnia identificándose con dicha banda desde un estado de pertenencia, con la intención en muchos casos irreflexiva no sólo de participar del espectáculo, sino de ser protagonistas y no meros espectadores. Debido a una degradación cultural que lleva la violencia al extremo como método de defensa contra un estado ausente, sin que importe arriesgar seguridades personales, sumando a este motivo la inserción desde el mero negocio del alcohol y la droga, no como deseo personal de buscar experiencias límite o por placer, sino cayendo en su utilización por múltiples razones, abonando, sin darse cuenta, el enorme negocio del que participan las autoridades a quienes les corresponde regularlo y no prohibirlo, volviendo culpables a las víctimas y millonarios a ciertos personajes.
Pero incluso ante la peor de las hipótesis vivimos en un estado democrático y es nuestra responsabilidad confiar en la justicia, de lo contrario caeríamos en hacer justicia por nuestros propios medios y conocemos muy bien los resultados de estas reacciones intempestivas. A los ciudadanos nos compete cumplir con nuestras obligaciones y demandar a quienes no cumplen como corresponde las suyas y removerlos cuando afecte los intereses de la mayoría por intermedio del voto. Aunque no somos una sociedad que está fuera del universo y nos basamos en una visión occidental plasmada en los países dominantes donde desgraciadamente todo pasa por la rentabilidad, lejos del hecho estético de válida expresión generacional, mayormente en la televisión, creadora de cultura en el ámbito mundial, se denomina “entretenimiento” a quehaceres compatibles con la degradación humana. Pero por suerte todavía quedan muchos dirigentes, artistas, funcionarios etcétera, en definitiva personas que hacen bien su trabajo, de lo contrario la República Argentina hace tiempo hubiera dejado de ser una nación con cierto grado de autonomía en el contexto mundial.

Sergio Fombona