jueves, 13 de diciembre de 2012

Una auténtica deuda

Como si se tratase de una regla impuesta por el avance de la civilización, siempre asociada al progreso de la humanidad, se presentan algunos hechos como inevitables, pese a tener que establecer múltiples contrariedades en procura de justificarlos. A lo largo de los siglos se podrían citar cantidad de situaciones en las cuales el hombre se ve en la obligación de matar al prójimo para cambiar un estado de cosas hipotéticamente obsoleto. Porque cuando ciertas Naciones resuelven establecer un discurso dominante, enarbolando logros en todos los órdenes de la vida, difícilmente aquellos pueblos señalados como retardatarios por quienes alimentan ese crecimiento, puedan resistir su acometida.
Pero es absurdo argumentar unilateralmente, en nombre de la humanidad civilizada, la necesidad de aniquilar a pobladores nacidos en una región, y al mismo tiempo esgrimir métodos tan bárbaros como los que en teoría pretenden erradicar. Este es el caso de la erróneamente llamada “conquista del desierto”, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, encabezada por el joven general y Ministro de Guerra Julio Argentino Roca. Apuntalada en la corriente occidental de pensamiento europeizante, esta ocupación violenta financiada por la casta patricia que en su mayoría integraba el Gobierno central de Buenos Aires, tenía la finalidad de suprimir a esa supuesta “raza estéril” que habitara el sur de la Argentina, para apropiarse de aquel vastísimo territorio, denominado Patagonia por los colonizadores españoles. La matriz ideológica para fundamentar esta empresa la da, sobre todo, el paradigma urdido por Domingo Faustino Sarmiento en su libro: Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas, donde entre muchos otros hitos instala una dicotomía enfrentando al bien y el mal encarnados en ciudad versus campo, civilidad europea-norteamericana contra ignorancia provinciana, y es en ese marco en el que se consolida el mote de salvaje para los aborígenes, comparándolos con meros animales para restarles escala humana y sentar las bases de su exterminio.
Pasados tantos años, el pueblo argentino todavía mantiene una auténtica deuda con los ciudadanos argentinos que no descienden de los barcos, y para con quienes actúa con marcada indiferencia frente a sus conflictos, que debiese tomar como propios. Y por más que el Gobierno actual haya incluido derechos específicos de los pueblos indígenas dentro de los derechos humanos, hoy en día desde el mismo Estado se priorizan actividades económicas en desmedro de las familias originarias de esos territorios, en muchos casos favoreciendo a empresas locales o de capitales extranjeros, para que implementen el cultivo de soja o desarrollen la minería o extiendan sus yacimientos petrolíferos, aplicando una implacable represión contra la débil resistencia de los aborígenes o el sistemático abandono por parte de las autoridades locales, causando condiciones de extrema pobreza en sus comunidades, desnutrición infantil y trastornos de todo tipo.
Desgraciadamente, hasta que el propio ser humano no controle esa poderosísima droga innata que es el poder, y siga abusando del ejercicio de ese poder, procederá cometiendo genocidios. Porque si la única consecuencia para los victimarios va a ser una tardía deshonra, sólo el revisionismo histórico, parte de la sociología, la antropología social o acaso hasta la literatura en alguna de las categorizaciones -cuya función no es la de suplantar la falta de justicia-, intentarán echar luz sobre los acontecimientos -que como en el caso puntual del exterminio de aborígenes del sur argentino ciento treinta años después continúa generando opiniones antagónicas-, para acercarnos un poco más a la verdad.

Sergio Fombona

Texto leído el 12 de diciembre de 2012 en la inauguración de la Biblioteca Popular “Osvaldo Bayer”, del Centro Cultural Rayuelas del Sur, ubicado en la ciudad de Lanús.

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