sábado, 30 de enero de 2010

El paradigma de la verdad

“Si Dios no existiera sería necesario inventarlo”.
François Marie Arouet, Voltaire

"La idea de un Dios en los cielos es la mejor excusa para un Rey en la tierra. Es por eso que, si Dios existiese, sería necesario abolirlo".
Mijaíl Bakunin

Cadena de fantasíaUn chico está jugando con una rama gris de higuera, la hace oscilar dentro del charco producido por la lluvia nocturna. Acuclillado, mueve esa rama una y otra vez, salpica el agua estancada que, indefectiblemente, aquel sol alto del mediodía terminará evaporando. De pronto, advierte un brillo distinto. El chico se ve motivado a tocar con la punta de la rama ese brillo nuevo. En su intento, disemina todavía más líquido que es absorbido por la tierra lindante. Persiste escarbando con fruición, desespera por alcanzar lo que cubre el barro. Por fin, sale a la luz ese objeto ansiado. Toma la cadenita de fantasía sepultando una mano entera, apenas despuntan pocos eslabones. Se incorpora y corre hacia su casa, con la intención de mostrarle el descubrimiento a la madre.
El chico de cinco años, que nunca había asistido a un jardín de infantes ni a otra institución semejante, disfrutaba, sin saber, jugando en su patio, de gran libertad. Y aquel hallazgo, por insignificante que parezca, implica un corte en la comunicación esencial del ser humano con la naturaleza. El chico, de manera espontánea, estaba interactuando con elementos constitutivos del entorno y, por ende, era parte de una totalidad. Pero el hallazgo de la cadena de fantasía lo catapulta hacia el mundo real, una realidad construida sobre la base de las presunciones de sus antepasados.
El chico, hasta ese momento, no había sentido ningún impulso de responder al “misterio”: un concepto anterior a su comprensión. Ya que es el hombre quien inventa el misterio, y en ese acto además se está inventando a sí mismo. Y es también el hombre quien crea idiomas, tribus, dioses que se le parecen, premios y castigos. Aunque, lejos de contentarse con aquello, inventa otra vida para explicar adonde irían, en función de su comportamiento, los de su especie y, convenientemente, disciplina. Porque, a lo largo de la historia de la humanidad, es el más fuerte quien determina su Olimpo.


La palabra
El hombre necesita encontrarle un sentido a la vida, entonces sueña un origen del mundo poblado de mitos y leyendas, recurriendo al simple fundamento del bien y el mal. Pero se da cuenta de que con eso sólo no basta para convencer a sus iguales, intuye que es esencial ganar su mente y sus corazones estableciendo pautas irrefutables. Finalmente consigue justificar sus dichos autoproclamándose profeta, apelando a supuestos mensajes, revelaciones efectuadas por el mismísimo Dios.
Sin perder su condición de mortales, estos profetas se expresan mediante la palabra, que, venida desde el cielo, inalcanzable e inabarcable, se transforma automáticamente en palabra divina, y a todo el que ose desconfiar lo tildan de apóstata, con la facultad que les proporciona el hecho de considerarse representantes en la tierra del dios inventado por ellos.
Plenos de desbordante imaginación, aquellos mortales que escribieron los primeros libros sagrados dictaron leyes universales, representadas por un complejo sistema de símbolos, para adiestrar conciencias, mostrándonos “el camino” por intermedio de sus “mensajes proféticos”, estableciendo esa liturgia con la intención de apropiarse de la religiosidad inherente a toda persona, su pertenencia a la totalidad y, en nombre del poder espiritual, instalaron la sentencia de que el ser humano es insignificante frente al infinito, morada del Dios proveedor.


Sistema hegemónicoLa idea de que el universo es caos en ningún tiempo fue compartida por quienes deben sostener un orden para funcionar: orden apestado de privilegios, donde, como en la naturaleza animal, se sacrifica a los débiles.
Fomentando esa misma lógica, se utiliza a las religiones para inventar verdades absolutas. Educado bajo esos preceptos, el sujeto relega su potestad de discernimiento y su conciencia de individualidad para pertenecer a un estado de cosas y, al quedar inmerso en ese estado de cosas, presume que puede ejercer su libertad, ¡una libertad concedida por Dios!
Ese pensamiento, basado en el absurdo de escaparle a la muerte y así pasar a un plano superior, se legitima, paradójicamente, generando para cada persona la regla de un destino prefijado.
Los sistemas hegemónicos de dominación urdidos por el hombre han evolucionado mucho desde la invención de las religiones. Sin embargo, se siguen dirimiendo conflictos por medio de la violencia, se sigue afirmando que poblaciones enteras son una amenaza latente debido a sus dogmas.
No obstante, en la actualidad, con el “culto a la imagen” es posible manejar masas, guiando sus gustos, sus opiniones y hasta sus reflexiones; de manera similar, aunque menos meliflua, de como lo llevaban a cabo los intermediarios de Dios.
Pese a que en el mundo moderno no se admiten agnósticos si de dinero se habla, el secreto consiste en la dependencia absoluta no ya de un dios creador y proveedor, sino del consumo para la existencia, que está muy lejos del vacuo consumismo de las representaciones propagandísticas, profesado por quienes manejan actividades comerciales en el orden mundial, aunque cercano a los métodos cardenalicios de “Propaganda fide”*.

Sumatoria de valoresSegún el diccionario de la lengua española en su primera acepción, la religión es un conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
De acuerdo con la Real Academia Española, en tal caso, la religión sería una “sumatoria” de los “valores” esenciales para mantener la convivencia, basados en el apego a la vida, “acuñados” en el respeto por uno mismo y por los demás, el deber ser, la ética, la moral. Pero los libros “sagrados” siempre tuvieron diferentes interpretaciones, y quienes dicen encontrar en ellos la verdad se volvieron mucho más ambiguos, gatopardistas con el fin de utilizar esta “sumatoria” “acuñada” de “valores” para provecho personal, como si esos “valores” aparecieran en las pizarras de las bolsas de comercio.
Se puede afirmar que desde que el hombre es hombre poco ha cambiado su manera de comportarse con el prójimo. Sus mezquindades suelen ser las mismas, sus ambiciones y faltas de escrúpulos calcadas, sustente o no la existencia de Dios. Y mientras en el mundo haya seres humanos que se mueran de hambre, víctimas de la incomprensión, la xenofobia, partícipes involuntarios de guerras, no sólo se vuelve inútil una polémica sobre la existencia de Dios, sino que habría que replantearse seriamente la utilidad de las religiones, incluso si concediéramos que, en un principio, fueron concebidas con un fin altruista.


* Propaganda fide, es el dicasterio (congregación) de la Santa Sede fundado en 1622 por el Papa Gregorio XV con la doble finalidad de difundir el cristianismo en las zonas en las que aún no había llegado el anuncio cristiano y defender el patrimonio de la fe en los lugares en donde la herejía había puesto en discusión el carácter genuino de la fe. Por lo tanto, Propaganda fide era, en la práctica, la Congregación a la que estaba reservada la tarea de organizar toda la actividad misionera de la Iglesia. Por disposición de Juan Pablo II (para hacer más explícitas sus tareas) desde 1988 la primitiva Propaganda fide se llama "Congregación para la evangelización de los pueblos". Fuente: Museos Vaticanos.
Editado en el número 18 de la revista Esperando a Godot, junio de 2008.

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