lunes, 14 de marzo de 2011

La rodilla y el peroné

Yo sé que a vos te incordia que te llamen Chuengo, pero te decían así porque tenías dificultad para hablar. Sobre todo en el arranque, como en ese discurso pronunciado en el patio central delante del arzobispo y de la entonces ministra de educación. Esa mujer sacó un pañuelo y se tapaba la boca con cada uno de tus carraspeos y tus pasadas de lengua por tus labios de mandril. “Qué feo este chico tan aplicado.” Cuando terminaste, se sonó. Fañoso, propuso entonces el Griego, pero nos pareció malintencionado. Vos lo habías vencido a las bochas jugando con las orejanas y él llegó a sostener, convenciéndola sólo a Moira, que siempre tenés un pelo en la boca. O una ortodoncia que te oprimía el paladar. O el resto de un polvo con el que seguiste blanqueando esa especie de bozal. Y que, en razón de eso, pronunciabas las fricativas con dificultad: Roma, ronda, Rácin, ratero. Te inventaste un bigote. A lo Flaubert, te justificaste. Galos o gauchos. También nos dijiste. Y hasta amenazaste con fumar unos cigarros, chatos, holandeses y de boquilla blanca. Tosías. Los chicles ya te resultaban obscenos. Las pastillas Trineo: unas hostias encogidas, demasiado resistentes, que te maltrataban las encías. ¿Laicas dijiste? Y a vos te seducían los mordiscos y ensayabas las dentelladas. Aunque fuesen en el aire. Tiraba una aceituna como si se tratase de una moneda: cara o ceca. Y te la tragabas de una engullida. Glotón no; pero elogiabas tus incisivos. Ensayaste, mi querido, unos ejercicios que venían acompañados por un par de discos con instrucciones y una dentadura espléndida, sonriente: articular, ápice, fonación, papilas cónicas. Te conseguiste un espejo de bolsillo y apelaste, dándote manija, a cierto héroe haitiano. Desanimado, pero siempre digno, Chuengo querido, adoptaste un conejo que se asomaba apoyándose en el vidrio de tu ventanal. Roma, rosarum, río, reuma y roña.

Del Tapiro en su libreta Mendix.

Fragmento de: “Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX”. David Viñas, Editorial Sudamericana, 2006.

David Viñas nació en Buenos Aires en 1927 y murió en la misma ciudad el 10 de marzo de 2011. Fue escritor e historiador, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y miembro fundador de la revista Contorno.

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