miércoles, 29 de septiembre de 2021

Colusión

“Los teléfonos hablan…”, fue la frase de Rubén para justificar verse, pese a que compartían la jornada, al salir del trabajo. “Y las paredes oyen”, respondió Darío, con sonrisa aviesa, cuando se encontraron frente a la máquina de café espress. Rubén y Darío -especialmente el primero-, querían lograr algo más que una situación sarcástica o deshonrosa, buscaban someter, calumniar lo suficiente hasta conseguir que Eugenio Diez - “el eficaz” o “lame culos”-, se quebrarse por primera vez. La excusa del cumpleaños sorpresa, al término del horario laboral, resultaba perfecta. Llegada la fecha habían preparado todo con lujo de detalles, convencido hasta al jefe de personal quien además aportó plata, decididos a probar que su pequeña venganza anónima se revalidaría en la oficina por tratarse de un evidente acto de justicia: la conducta ejemplar de Eugenio -su propio apellido lo calificaba- siempre era tomada como vara para aleccionarlos. Eugenio, asombrado por el agasajo, reaccionó con suficiencia; no faltaba ninguno, se habían asegurado hasta la presencia de don Severo, dueño fundador de la empresa y su hijo, gerente general. Pero el festejo se cortó de golpe, ni bien Rubén hizo pasar a Ramiro -había averiguado la dirección de Eugenio y a lo detective privado fue siguiendo sus movimientos varios fines de semana-, ya que al cumpleañero se le descompuso la expresión. El empleado modelo –según sus pedantes dichos jamás se le resistía nadie-, destinado a ocupar la gerencia y acaso, en un futuro no tan lejano, dirigir la empresa, ahora lloraba a moco tendido. Darío y Rubén se miraron, los ojos chispeantes acariciaban un silencioso triunfo. Aunque Eugenio, secándose las lágrimas, volvió a dejarlos estupefactos al llamar a su amigo y sorprendentemente darle un largo beso en los labios, para luego, tomados de la mano como frente a un atrio, empezar a soplar las cuarenta velitas y anunciar que, con Ramiro, su pareja, evaluaban la posibilidad de adoptar un hijo. Don Severo, conmovido por la escena, fue el primero en felicitarlos, manifestándose orgulloso por su valiente determinación. Lo mismo ocurrió con todos sus compañeros de trabajo, exceptuando a Rubén, quien se apoderaba del cuchillo usado para cortar la torta, y a Darío, que destapaba una botella de champán apuntando hacia la cara presuntuosa del recurrente empleado del mes. 
S.F.
 Colusión pertenece al libro inédito: “Una pulga en el lomo del mundo”.
 

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