Padeció la falta de pierna al intentar pararse.
Había logrado hacer un torniquete con el cinturón a la altura de la rodilla y
en ese esfuerzo enorme intuyó gastar por completo su energía. Entrada la tarde,
el sol lo cercaba en un delgado cuadro febril, presa de aquel erial compuesto
sólo por arbustos enanos y pasto magro. Le aportaba verdadero bálsamo el
frescor de la servilleta humedecida aplicada por su mamá sobre la frente,
volver a ver seres amorfos surgir de las bocallaves del placard en su habitación
infantil. A lo lejos, acaso en la Ruta Nacional, le pareció sentir el motor de
una camioneta todo terreno como la suya. De cuando en cuando un soplo pobretón
atravesaba en diagonal sin causar alivio. Giró la cabeza hacia su izquierda
generando revuelo de tábanos, el costoso equipo profesional conservaría
registro del ataque, la nueva cámara réflex que usara para defenderse del puma,
casi seguro habría quedado inutilizable. Sonaba en su mente una suave y
encantadora melodía desconocida, trasmitía cierta calma, agradable equilibrio
interior. Hacía largo rato esos graznidos agudísimos matizaban el paso del día
pesado y lento. Se le nublaba la vista pero alcanzó a observar aves denegridas
volando en círculo. La garganta reseca le frenaba el grito. Debía mover aunque
sea el brazo en alto, ahuyentarlas, impedir su descenso.
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