Desde muy lejos veía aquel muro que finalmente alcanzó. Ahí concluía el camino. Entendió que era poca cosa frente a esa mole de cemento imposible de franquear. Se le fue el día intentándolo. Desgarró uñas, raspó y peló piel de los codos y las rodillas. Exhausto, cayó dormido contra la argamasa. Soñó que aquella interminable pared tenía una puerta, la abrió y pudo acceder a otro territorio. A simple vista le pareció similar al que había dejado atrás, aunque al retomar el camino y alejarse del muro sintió plenitud, y reconoció en esa plenitud a la felicidad. El sol alto lo trajo del sueño. Creyó descubrir la puerta en una sombra perpendicular. Corrió hacia esa zona advirtiendo enseguida que era sólo una ilusión. Entonces se puso a escalar aquel muro con la esperanza de desfallecer para repetir el sueño. Tenía sed, hambre, le sangraban las manos, pero estaba inmensamente feliz.
S.F.
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