El Blanquito
Ya te conté del Blanquito, pobre, praticamente fue el único hincha de Atlanta que conocí. Pizarro, nuestro sargento ayudante, lo tenía de punto y el Blanquito, que le llevaba una cabeza, lo veía de arriba; peor para él. Sabés Macho, eran los primeros días, los más lindos, antes de los bombardeos, en uno hasta por un rato se asomó el sol. Esperábamos a los británicos cagándonos de infelices cavando pozos de zorro, nos hacíamos chistes entre todos y alguno le puso el Blanquito. Era el único porteño del batallón, él y el subteniente; Manzano dejaba hacer, nos llevaría un par de años, Francesito le decíamos por lo bajo. Olía fuerte a perfume como las minas y llevaba el bigotito recortado, ropa nueva, charreteras brillantes. Praticamente el que mandaba era Pizarro, puteaba al batallón completo pero siempre se las agarraba con el Blanquito, que traía esos fierritos de lata pegados en los dientes. No sé cómo explicarte, praticamente era distinto, no lo dejaba ni respirar.
¿Alguna vez comió carne humana, soldado?, le gritó una tarde ventosa. El Blanquito, firme, le sostenía la mirada; peor para él. Al cuarto día, aunque era casi noche, ni me acuerdo por qué le puso la cuarenta y cinco en la nuca y gatilló. Otra vez lo obligó a bajarse los pantalones de fajina, el pijama rojo y un calzoncillo de tela gruesa que me hubiese gustado tener a mí, y de rodillas adelante de nosotros se tuvo que lavar el culo con nieve. Refriéguese bien, tagarna, o lo mato acá nomás, ordenó Pizarro con acento puntano, y el resto nos quedamos duros mirándole las nalgas flojas, praticamente del color de la leche. En serio, Macho, después se lo llevó pal lado del monte, así, tres veces en una semana, y Manzano ni noticias. Cuando volvía no hablaba con ninguno; peor para él. Cavaba sólo en la otra punta y también comía y dormía separado.
¿De qué cuadro sos?, me preguntó bien al principio, marchábamos en fila india a ocupar posición. A Nosotros nos llaman los bohemios, la cancha queda en Villa Crespo, me contó, y la casaca es igual a la de Rosario Central. Por él odio a los funebreros y de paso a los leprosos, qué joder. La última vez que Pizarro lo llevó pal monte praticamente no lo vimos más, pobre el Blanquito, por la altura le hubiese tocado granadero.
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