En aquella casa, pero sobre todo en aquella pieza, había permanente olor a mierda. El propietario mandó construir la pieza arriba del pozo ciego para aprovechar el contrapiso, por ese motivo las paredes exudaban humedad y en sectores del piso se abrían pequeños boquerones. En aquella pieza nació Walter. Florencio Varela, el rostro asténico de su madre y el par de casitas en esas parcelas con calles de tierra, zanjones y altos palos de eucaliptos de donde pendían cables, es todo su recuerdo. La conciencia de que el olor era malo a Walter se la proporcionó las vociferantes quejas de su madre. Él solo gateaba encima del cemento helado bordeando un brasero, y en época estival, cuando por suerte se evaporaban un poco las aguas servidas, moqueaba en medio del barro. Sabe que debió ser muy joven su madre y que estaba sola. Intuye que había más gente, vecinas, tías o comadres y también hombres. Se ve en la pieza de esa casa maloliente, antes de reconocer al que llamó papá por error, antes del nacimiento de sus hermanos, de la violencia.
S.F.
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