lunes, 17 de mayo de 2021

Sueños Nostradamus

A los diez años fantaseaba con tener un fusil, pero no esos rifles cachivacheros de aire comprimido pedidos por mis amigos a los Reyes Magos, yo, Ezequiel Lautaro Solito, pibe del montón, residente en una barriada del segundo cordón del conurbano bonaerense, lo pretendía semiautomático, con mira óptica, para practicar en el fondo de casa hasta saberlo utilizar a la perfección y voltear aviones. Quería aprender a computar la distancia del disparo para que mi munición llegue a destino perforando fuselaje. Era cálculo matemático, ensayo y error, estimar kilómetros por segundo del aparato en su despegue, contra dirección, velocidad inicial, ángulo de tiro parabólico y distancia en elevación del proyectil. Dependiendo además del clima (el viento ejerce suma influencia, igualmente la luna llena, el tiempo inestable), aunque las aeronaves modernas alcancen una altura de doce mil metros superando turbulencias, o maniobren bajísimo, por debajo mismo de tormentas eléctricas. Más estimulante resultaba mi fantasía en caso de haber gran número de muertos, infinidad de heridos, causar masiva conmoción a bordo poniendo a prueba los reflejos del comandante al mando del vuelo, sin importar cuál compañía fuese ni de qué nacionalidades sus pasajeros, convencido de que aquel cuadro de situación convertiría a mi ataque aislado en una verdadera proeza. 
S.F.
Fragmento de cuento inédito.

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