La había visto cantar en un barsucho de mala muerte la noche que le di
mi tarjeta. Desde el primer momento supe que se enganchaba y al día siguiente
me llamó, entonces la cité en la esquina donde me inspira encontrarlas. Yo caí
un rato antes para verla aparecer, para verla pararse ahí, qué cara ponía...,
en realidad para definir, no estaba seguro. Una vez de pagar el vaso de moscato
me fui a buscarla, y la llevé al boliche caro que está sobre la avenida, a
escasos metros de donde la hice esperar.
Nos sentamos en una mesa arrimada a la ventana, en esa misma posición,
sólo que en el bar de enfrente, minutos atrás, había estado mirando con muy pocas ganas de
levantarme.
Espero que venga Raúl, bah, Raúl, ahora se hace llamar El Pollo...,
Pollo Aguilar; el tipo del que te hablé, le dije. Lo conozco desde la época que
seguíamos a Serú a todos lados, dura época... Se puso contento cuando le hablé,
me aseguró que venía, que claro que quería verme, pero guarda, mejor no fiarse
de nadie, por más amigo..., tiene pilas de contactos para aprovechar, dejalo en
mis manos.
-Buenas
tardes, qué van a tomar.
-Sí,
traeme dos cervezas bien heladas y tres medidas de ginebra en un vaso aparte.
-¿Dos
cervezas?
-Que
sean Cristal.
Entra una mina rubia, pecosa, delgada, de ojos verdes saltones, yo la
miro de arriba abajo, no soy el único, al final me vuelvo y le comento a ésta
perejil: si vos quisieras podrías pegar esa imagen, total, sos pendeja, nada
fea; ella se encoge de hombros y saca un faso del atado que yo había puesto en
la mesa: tirá eso, le grito con voz moderada, te va a joder del todo; y, como
inmediatamente de oírla, al encontrarnos, le ordené callarse para recuperar a
sus cuerdas vocales de la afonía, sonríe, lo coloca en una hendidura del
cenicero de cerámica. El mozo trae las botellas, destapa, yo me sirvo, tomo un
trago, limpio los labios con la mano mirándolo caminar; éste es medio trolazo,
hablo para mí, y arranco en voz alta: perder es salir segundo, ¿me entendés?,
por eso hay que mantenerse sonriente, como contenta, aunque sea para afuera, y
por los rollos ni te calentés, se arregla con escenario, mirá que podés bajar
dos o tres kilos en un show, calculá en un mes. Prendo otro faso y la veo
tragar y enseguida apoyar el vaso, soltala si está muy fría, le digo; contesta
con la cabeza, parece un animalito,
puedo ordenarle casi lo que se me cante, si después de todo ella aceptó
mis condiciones al ofrecerme para ser su manager (le aclaré de sobra que estaba
entrando en el negocio), porque adivina que conozco gente del medio, eso la
trajo. MA-NA-GER rima con DO-LA-RES... BE-SA-ME me hago la croqueta desde mi
silla con sentadera de rueda de mimbre (bastante cómoda) y disimulo, estiro el
silencio descubriendo un lunarcito en el cachete, donde el sol pega de lleno;
lo comparo con un sombrero de tanguero visto a muchas MILLAS (por mi actual
laburo debo acostumbrarme y usar rebusques a lo yanqui), desde un helicóptero
que alarga su sombra temblequeante contra un médano del Sahara. Me sirvo, y
mientras estoy tragando pinta una mosca, ella la espanta a manotazos, yo largo
el vaso, miro, le pregunto: ¿no te gustan las moscas? Sabés, los veranos
siempre me tiro al fresco a chupar una birra helada, y me quedo quieto, el
mosquerío se viene y empieza a meterse entre los pelitos, los escalan, me hacen
cosquillas; yo creo que es su modo de acariciar; algunos explican, ojo, te
cagan, te ponen huevitos..., pero por lo menos si es así lo sé, soy consciente,
y esquivo lo que nos pasa con cierta gente: al principio se muestra de lo
mejor, y una vez que entrás en confianza, te garcan con todas las letras, ¿no?
Me callo, hago de bizco y juego con el paquete de Particulares 30,
agujereo celofán apenas acerco el faso ardiente; gruyere; tengo la impresión de
que la mayoría, hasta ese gilastro que ahora sube al ñoba, está pendiente de
nosotros, nos estudia..., ya te dije, le digo, de hoy en adelante vas a venir a
estos lugares, te vas a vestir con ropa de marca, y nos vamos a mover en tacho.
Por segunda vez pone cara de ángel y sus cachetes se inflan volviéndole la cara
despreciablemente redonda. El tipo sigue haciéndose desear, entonces, le hago
una seña al mozo, él me retruca con otra inentendible, y yo grito una blanca
más.
-Por mí está bien -me habla como en un velorio.
-Yo necesito un barril con este lorca de fin de año -le contesto y corro
la manga para ver la hora, nunca había esperado tanto (mentira, pienso),
reflexiono en voz alta, respaldado por su gesto de aprobación, y, arremangando
la camisa de raso negro le comento: te vi la noche pasada, y a mi entender no
sale tan mal... , ya te conté, igual me la voy a jugar por vos, pero tu manía
de afanarle yeites a la Valeria es
pobre, nosotros debemos ir al origen, ya te voy a hacer oír a la Streisand, esa
sí es bárbara. Cuando veas los videos que por ahí me prestan, te pido que le
pongás tanta atención como la que éstos nos ponen; imaginate un adelanto de lo
que seguro van a darnos cuando la fama se nos arrime. Quiero, en especial,
dedicarle lo máximo posible a cómo camina el escenario, su naturalidad (algo
corta en tus movimientos) ,la manera de comprarse al público..., tengo que
tenerte al trote, esto es urgente, porque guarda, uno se deja estar y el tiempo
se va a la mierda, y un día ves que los tipos ya ni te fichan, y sos basura,
bosta entre muchas, dando asco. La vi estremecerse como por un chucho de frío,
y justo se acercaba el trolazo.
-Permiso.
-Traeme
dos medidas más... Espero que esté bien
helada, las otras parecían caldo.
El mozo se fue con cara de culo y a mí me dio la sensación de que se me
había ido la mano, que me había zarpado al divino pedo, entonces, la miré y le
confesé: pero nena, figuráte, yo a tu edad era boludo, todavía me enganchaba
con las series yanquis, confiando que me iban a dejar ser el mejor jugador del
fútbol argentino, y apenas si recién la empezaba a mojar. Ahora, ustedes, si te
descuidás, afanan. De a poco retornaba a la normalidad, al rasgo rutinario
puesto desde la noche pasada, y yo, seguido de refrescarme los dientes medio
marrones, se los enseñé haciéndome el cordial, guiñándole además un ojo. Subí
la manga de la camisa, se había bajado, y noté que las agujas volaban: parece
que el turro ni va a venir, le dije, y ella levantaba las gruesas cejas negras y
las dejaba caer. Sin pensar me pongo a campañarle los aros con figura de masita
casera, al mismo tiempo veo, y le aviso, calculando que el rimmel corrido debe
ser por lo de hace un ratito. Me froto las manos, fricción de lija, agrego,
pero ella no escucha, está metida en la cartera celeste sacando un lápiz de
labios, la polvera, una tableta con cantidad de pastillitas de color naranja, y
el delineador; prefiero callarme, ojeando hacia el montón que nos morfa con la
mirada. Termino lo mío, alzo el brazo, le chisto al mozo. Me enferma verla
arreglarse sin ningún apuro, el trolazo ficha, le digo con señas “la cuenta”
–guardá, piramos-, le mando, ella acata poniendo mueca de asombro, junta
suspendiendo a medio hacer; así que yo, saco de la billetera una moneda de
papel, me paro y, viéndola pasar como la mina de otro le murmuro que ni bien
salga procure un tacho, y justo la pesco estirar el brazo cuando con veloz
movimiento hace desaparecer un cenicero de Gancia, y sigue hacia la calle como
si me hubiera entendido. Doy el último vistazo a la barra, el mozo, desde el
fondo, me hace una nueva seña inentendible y se viene al humo trayendo la
boleta; agita, yo lo imito con el billete rojo punzó lavado (del revés lleva
propaganda de un circo), lo apoyo sobre el mantel frente a la mirada de pato
del que baja la escalera. Ahora el mozo porfía preguntándome no sé qué, y,
antes de cruzar por fin las puertas, les tiro un dope con la boca. Alcanzo a
verles las caras de infelices que se quedaron con la leche, mientras me enchufo
al taxi, la beso en los labios, y cierro los ojos abandonándome al arranque.
Los abro sin aflojarle al juego en el que intercambiamos nuestras lenguas con
poco respiro, y me doy cuenta que vamos, pie a fondo, también con poco respiro.
Calo al tachero (un tipo joven, pinta de que se las sabe todas, le estudia las
tetas a través del espejito con insistencia grave), aprieto los párpados
cuidándome de abrirlos después que ella, y le doy un frío beso a sus mojados
labios para separarnos.
-Parece que nos corriera la yuta-, rompo el mutismo como dando cartas,
relojeando por el retrovisor su expresión alterada, de mala racha.
-Venimos
agarrando semáforos en verde -suelta a manera de envido.
-OKA,
OKEY macho, tenemos suerte que no nos persigue, si no, con ese amarillo ahora
rojo, estábamos listos -repliqué con una falta envido alejándome de sus
pretensiones y de ella en el asiento.
-Es
en el primero que nos clavamos -creyó gritar truco el pobre, pero, como se debe
estar preparado en estos casos para arriesgar sin mostrar, le retruqué –el
último diría yo, porque hay que doblar en la primera a la derecha, y no
quedan-. Se arma un silencio tenso, y a las cuadras afloja:
Tenías
razón.
-Lo
hago todos los días, calcado... Sabiendo
de antemano que no iba a mandarse un vale cuatro, perdiendo por cagón, cuando
el clima definitivamente se vistió de baño turco, (y, es Buenos Aires) hablé
para adentro reconociendo el edificio a medio terminar de la esquina de casa,
y, al tragar ese aire de vidrio bajo (hervor de sopa), pregunté: ¿Cuánto es?
Para hacerlo perder como típico gil que ni mentir puede, saco mi fardo de
billetes falsos (primera clase, no el chiste que dejé en la confitería), le
enchufo uno diciéndole sonriente guardate el cambio, y lo cuelgo ahí, con el
recuerdo de las tetas, demasiado para un fulano de estos. No pasa de una
pajita, opino mentalmente, empujándole la puerta que se estrelló de un golpazo,
por avivarme que la fichó de atrás cuando bajaba.
Entramos, las bisagras desaceitadas hicieron su acostumbrado comentario,
mi perro El Rata se nos vino encima y la empezó a olfatear entre las piernas;
yo, cerrando, pensé en el calor, viéndola tratar casi con desesperación, de
alejar al Rata, cariñosamente. Enseguida le tiré una patada, si lo alcanzaba de
lleno lo partía; se escondió en el hueco de siempre, abajo del ropero. Ponéte
cómoda que ya vengo, le dije, y me zampé en el baño; largué como un litro. La
encontré sentada justo en ese viejo sillón, el único, que no por casualidad
tenía un resorte salido, entonces le dije: todo bien. Respondió sí moviendo la
cabeza, ¿te traigo de tomar?, y volvió a contestar que sí pero hablando a la
vez de cabecear; su voz sonó a chistido, y repetí, de mala gana, que se
callara, si no no se iba a curar. Fui a la cocina y abrí una caja de tinto y
una coca que había comprado para mezclar con algo fuerte, porque hacía tiempo
necesitaba probar coca; vine y le alcancé el vaso, me senté en la silla con una
de las cuatro patas vendada, y me puse a sorber del pico (o del agujero, como
sea), viendo un cacho de género del calzoncillo a rayas salir unos centímetros
(media pulgada, hay que hablar así), por debajo del sillón. El Rata nos espiaba
sacando su hocico mojado, la boca entreabierta, el aliento haciéndose eco de nuestra
charla. Después, seguido de un largo primer trago, la miro, devuelve el vaso
burbujeante al piso sin barrer, yo mantengo el cartón húmedo en las manos
febriles y le comento: sabés qué..., cuando era chico me daba por decir en
pleno verano, QUISIERA QUE SEA INVIERNO PARA PODER USAR EL PULLOVER QUE MÁS
QUIERO; ella se reía, pero El Rata bufaba. Por supuesto que tenía uno para el
invierno: QUIERO QUE SEA VERANO PARA CHUPARME UN RICO HELADO; la cosa es así,
si hace calor la mayoría busca frío, si no al revés, y largaba una carcajada.
Ella mantenía la sonrisa, sudaba a la par de su vaso y yo, calculando los
próximos minutos, hacía resbalar por mi garganta ese vino dulce que me traía
ideas; nuevamente abrí mi bocota: y, el final se presenta, vos lo acusás, las
cosas cambian, de golpe y porrazo se ponen distintas, y algo en uno desaparece,
pensás en un dolor de muelas y por reflejo te tocás los dientes, aunque pinche
el hígado hinchado otra vez; en tal caso la cortás un tiempito, una semanita a
lo sumo, tranquilo, comiendo como se debe, y todo sigue..., de algo hay que
morir, ¿no? Mira sin entender una mierda, eso me inspira, ni te calentés, le
aconsejo, conmigo cerca te va a ir bien. Tomo varios tragos en uno, mientras
apunto los ojos al Rata, y caigo en las espesas baldosas; igual conozco unos
tipos, sabés, le clavo los ojos también a ella y bajo el cartón al piso,
pensando que entierro una mano entre sus pelos grasientos, la levanto y hago
dar vuelta, arrodillarse; montó a caballito usando el pelo como rienda, pega un
quejido y entonces suelto, me paro, la empujo, la pateo, se sigue quejando a lo
mudita, por eso agarro mi silla vendada y le doy por el lomo... confiá en tu
manager. Parece cansada, nunca preguntó si había teléfono, por qué estábamos
acá, seguro no tiene a donde ir. Esto recién empieza, por qué lo vamos a
pudrir, le digo, trata de contestar y le sale como un cloqueo de batarasa; me
levanto camino hasta acomodarme en el
apoyabrazos; qué tarde amarilla de hepatitis, habría que haber ventilado un
cacho, con el castigo del verano, comento, y disimuladamente le acaricio el
lope, antes de ocupar a medias el asiento, de sentir sudor y un dejo de
perfume, de intentar bajerle los breteles.
-Pará, qué te creíste -dijo ahogada, echándome a los codazos.
Dame un besito, me hice el simpático, y ella se paró de un salto,
haciendo gesto de hay que ponerse, golpeándose una palma de la mano con el puño
de la otra. La guita que te voy a hacer ganar, le dije pensando a los gritos.
-Mucho
blablá pero ni apareció -largó con un hilo de voz, desafiante.
Estaba ahí, con lo puesto, adelante mío, y yo despatarrado en el sillón
que su gran trasero había dejado hirviendo. ¿Te viste bien?, retruqué a
propósito, estudiándola despacito de arriba abajo, como si estuviera entrando.
-Andá,
gil -dijo con tono suspirante y dio media vuelta buscando la salida.
-Andá
vos, chancha pedona -bramé.
-Por
qué no te vas un poco a...
Trató de gritar con una voz resucitada, desinflando el pecho, pero aquel
portazo no me permitió escuchar lo demás. El Rata, que se había quedado quieto,
fichando, empezó a chumbar cuando ella se fue. Perro cagón, hablé, y el bicho
de porquería me mostró los colmillos. Entonces lo miré yo, llevando la palma
sudada de la derecha hasta las pelotas, que sostuve por encima del pantalón.
Este
cuento pertenece al libro “La vida muerde”, Ediciones Simurg, 2004
S.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario