jueves, 14 de marzo de 2019

Poe en Boedo

Acaso influido por una tardía lectura de Edgar Allan Poe, de la noche a la mañana este saurio decidió inmovilizarse. No porque le faltasen piernas o las tuviese quebradas, mucho menos por el remoto placer de arrastrarse, haciendo galas de yacaré orillero. Tampoco a causa de una parálisis por un repentino accidente cerebrovascular; ni por estar enojado con la humanidad negándose a asomarse al aire mal sano; o por una loca promesa que lo varara en una cama; o destripado por tránsito capitalino, víctima de robo o golpeado ferozmente por patovicas nazis, barrabravas de hinchada futbolera sindicalizada. Ni caminaba a hacer mis necesidades, entregado a la quietud, al reconfortante silencio mantenido por sendos algodones cubriendo tímpanos, acurrucado en el vértice donde convergen paredes lisas del pequeño cuarto ennegrecido, sobre un almohadón con la goma espuma agotada. 
Era penitente el hecho de que esta larva aislada por entomólogos se obligase a permanecer inactiva. Así pasaron días percibiendo sólo mi respiración de batracio rengo, tiránicas protestas del estómago, solitarios latidos del corazón. Y en un momento empezó a hacerse oír -soslayando mis tapones anti ruido- una voz espectral, roída desde el territorio mismo de la penumbra: “Al borde de lo conjetural anidan monstruos”, avisaba. 
En mi delirio íntimamente me creía un anacoreta del siglo XXI aunque aquel departamentito estuviese enclavado en plena civilización consumista. 
“Metzengerstein… La muerte mora dentro de nosotros. Metzengerstein…”, advertía esa queja sorda. Ya me asfixiaba el hedor de mi propia cochambre, sufría náuseas, desmayos y un férreo dolor de cabeza anulando pensamientos, a punto de ser doblegado por hambre. 
“El alma se salva por la conservación de la forma específica”, se burlaba en tono grave, culminando con artera risotada. 
Y como por un latigazo hermenéutico me levanté de un salto estirando músculos entumecidos y torpemente llegué a la cocina. Abrí la heladera para engullir lo que caía a mano; diez minutos después me vomitaba los pies, y pese al estado catatónico comprendí que debía dejarme de joder y darme un buen baño. Bobón. 
S. F.

2 comentarios:

Unknown dijo...

muy bueno Sergio, muy Poe jaja

Sergio Fombona dijo...

Gracias, saludos.