La chica caminaba todas las mañanas
para ir a la escuela, bordeando el enorme
portón de ingreso a aquel cementerio.
Y descubrió que algo, perdido entre tantas cruces,
resaltaba hasta en los días nublados.
Al principio se negaba a mirar,
pero una y otra vez caía en la tentación.
Llegó a comentarlo con las amigas
que enseguida ridiculizaron sus dichos.
Entonces se decidió a entrar,
y fue directamente hacia el objeto,
guiada por ese espaciado centelleo.
La placa de bronce estaba ennegrecida
aunque pudo leer, tallados en el metal,
su nombre completo y una fecha,
que era justamente la de su nacimiento.
S.F.
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