Me despertó un quejido agudísimo,
escuché que se ahogó de golpe pero, a oscuras,
revólver en mano, igualmente salí al patio.
Apagaban una luz en la ventana del cuarto piso
del edificio que tapa parcialmente el sol,
justo en mi calle aceleraba un auto
y descubrí la luna en plenilunio,
me reflejaba suspendida sobre el largo paredón.
De vuelta tropecé con un bulto,
retrocedí en seguida y le apunté,
aunque Torito, mi perro, ya estaba muerto.
S.F.
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