Cada
madrugada, en cualquier estación del año, aunque varíe el volumen de líquido
ingerido, mi vejiga me hace saltar de la cama. Orino como inmerso en estado
hipnagógico, oyendo por todo sonido el métrico funcionamiento de una bomba de
agua. Me pregunto de dónde provendrá, por qué se activa en ese caprichoso
momento, conjeturando usos y costumbres de mis vecinos. Y nuevamente entre las
sábanas, cerrados los párpados, adormezco en la hora más sombría cautivado por esa
misma mujer escultural: se saca las prendas con premura para tomar una prolongada,
placentera y estimulante ducha caliente.
S.F.
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