lunes, 24 de febrero de 2020

Teatro Arlequines

Capital Federal, 1988 

En el barrio de San Telmo, sobre la calle Perú al 500, funcionaba un espacio de teatro alternativo donde también, a mediados de los ochentas, empezaron a organizar conciertos de rock. Su entrada constaba solamente de un portón negro, tenía una pequeña boletería y la escalera en dos tramos con escalones de mármol. Este antiguo edificio era una construcción más larga que ancha, presentaba alto su escenario con camarín tras bambalinas y una barra bien puesta al fondo. Esa noche se suponía que iba a ser de fiesta porque tocaban bandas de reaggae nacional: La Zimbabwe Reggae Band, liderada por su primera guitarra Afo Verde y el cantante Marcelo "El Chelo" Delgado (estimo que lo apodaban así por llevar un nombre semejante al del jugador de fútbol surgido en Rosario Central que también pasara por Racing Club y Boca Juniors) y Los Cafres, con su esquelético guitarrista y vocalista Guillermo Bonetto como emblema. Había ido custodiado por un par de rollizos conocidos, con respectivos nombres agudos, extrañamente amigos entre sí; subrayo el adverbio calificativo porque Adrián, nacido en Nueva Pompeya, era hincha fanático de San Lorenzo y Germán, criado también en Pompeya, quien vivía a tres cuadras del anterior, sufridísimo simpatizante de Huracán. La cuestión es que ingresamos y nos confundimos con el público de reggae, en medio del cual había muchas sonrientes señoritas y recuerdo claramente que aspirar de golpe aquel infaltable olor hipnótico casi nos tumba. Sonaba la canción del jamaicano Bob Marley: Stir It Up a todo volumen y yo quería tomar un trago y ponerme despierto para tratar de conquistar alguna chica con rastas, pero los gordos, además, comer algo, echándole la culpa a aquella humareda imperante. “El faso da hambre”, insistían y se tomaban la barriga al unísono, como si lo tuviesen ensayado. Transcurrieron pocos minutos y se presentaron Los Cafres, quienes eran seis músicos en escena. Al ritmo de esas armonías palmarias en un momento me di cuenta de que tenía fijada la sonrisa y de que mis movimientos inarticulados parecían producidos desde arriba por hilitos invisibles y me quedé mirando un buen rato hacia el techo. Bonetto, en pleno concierto, arengaba a la concurrencia que coreaba sus pegadizos estribillos. A todo esto los gordos se habían zampado una docena de empanadas y bebido dos botellas de tinto. No me olvido nunca porque estaba conversando animadamente con una chica bonita llamada Mahina y justo que me pasa el porro Germán eructa sordamente: “Qué hacés”, increpé nervioso señalándole a otras chicas rastafaris, y Adrián, a mi lado, empezó a reírse sin parar “¿Y vos qué te reís, cuervo de mierda?”, dijo Germán en un alarido bestial, girando el corpachón para ponerse en guardia. “Quemero grasiento”, ladró viniéndose encima. “Paren, mastodontes”, intenté separar y me sacaron de un manotazo. El público bailaba tranquilo en su lugar levantando los brazos o haciendo la señal de la paz, pero los gordos se sujetaban forcejeando y provocándose a grito pelado, entonces muchos se fueron abriendo hasta formar un círculo y ellos quedaron solos próximos al centro del local oscurecido. Animados por tanto vino y aspirar la fumarada de los fasos, sus movimientos a lo Sumo eran como en cámara lenta, aunque alcanzaron a armar tal escándalo que vinieron los de seguridad y hasta fue necesario encender las luces. La Zimbabwe había arrancado su show y “El Chelo” tuvo que interrumpirlo a desgano para pedir calma con una voz que intentaba trasmitirla desde el micrófono, porque todos eludían a los gordos que, desde el suelo, apartados por varios “patovicas”, seguían tirándose punta pies y desplegando un variadísimo glosario de insultos. Finalmente, como era de esperar, nos echaron a los tres y terminamos, por iniciativa de los gordos, que ni bien estuvieron en la calle olvidaron sus profundas diferencias futbolísticas, en la pizzería Mi Tío, está vez enfrentados, por poco tiempo, a una grande de jamón y morrones con generosas porciones de faina. 

Esta crónica pertenece al libro: Aguafuertes de los ochentas, 2014.
S. F.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Jajajjj...muy bueno...

Sergio Fombona dijo...

Gracias por el comentario, me alegra que te haya entretenido, saludos.