jueves, 27 de junio de 2024

Breves crónicas de Buenos Aires: Jennifer Lápiz

Mis compañeros del banco, tanto insistir, terminaron por convencerme. La verdad siempre me gustó ver deporte, para nada practicarlo. Mi estado físico era pésimo, hacía años no corría ni un colectivo. En el vestuario encontré guantes de arquero y rodilleras. Ojeando el piso de cemento alisado titubeaba en tirarme para rechazar pelotas. “De abajo, Dibu, sacá de abajo”, gritaban. Perdí la cuenta de los goles que me hicieron. “Atajá una, Clemente”, me cargaban. Faltaba poco para finalizar el partido y yo andaba con la lengua afuera. “Este no puede cubrir ni un arco de hockey”, bromeaban.

Fuimos a cenar y tomamos mucha cerveza. Cuando quise pararme giraba la pizzería. Me callé para no pasar por tonto. El Mono Barragán me alcanzó en auto hasta Jujuy y avenida Rivadavia porque le quedaba de camino. De pronto aparecí en el centro neurálgico de esa zona espuria del barrio porteño mal llamado Once -por la plaza popularmente conocida como Once que en realidad se denomina Miserere-, para el catastro Balvanera, rodeado por una desconocida fauna nocturna. Respiré hondo tratando de alejar el mareo, punzaban piernas y brazos como si recién me hubiesen desatado de un potro de tortura. Recorrí media cuadra advirtiendo cantidad de “hoteles alojamiento”. Seguí despacio hacia adelante doblando en la primera esquina. A esa altura el aire nocturno me había hecho bastante bien. Contemplé la probabilidad de tomar taxi, aunque enseguida la deseché. Era preferible hacer tiempo, dar vueltas o sentarme un rato a llegar en ese estado. Había gran variedad de oferta sexual y los potenciales clientes se trasladaban en auto. Tantas mujeres ligeras de ropa me dieron ganas de acostarme con alguna. Por la calle Catamarca veo venir a una platinada alta con vestido ajustadísimo color fucsia apenas rosándole los muslos.

-Hola, papi- ronroneó.

- ¿De dónde sos?

-De Guayaquil y toda para ti- respondió manoteando mi entrepierna.

- ¿Cómo te llamás? - pregunté, sonriente, metiéndole la mano derecha entre las nalgas carnosas.

- Jennifer, pero me apodan garganta profunda.

-Apa… Venís con regalito- hablé sorprendido al tocar sus testículos depilados.

-Soy todo terreno.

Se frotaba contra mi cuerpo esquivando mis intentos por besarla en la boca.

-Parece un lápiz- me salió al palparla de adelante.

-No escupe tinta.

Me apretó el trasero con las dos manos.

- ¿Viene con punta o capuchón?

-Bueno, papi, me tengo que ir- dijo repentinamente, dando dos saltitos con su taco aguja, para entrar a un taxi.

-Perá un cacho…- reclamé confundido.

–Chau, bonito- saludó asomada por la ventanilla abierta.

Quedé aturdido pero contento sin saber a ciencia cierta si era real lo que acababa de suceder. Me dolía la cabeza cuando quise comprar cigarrillos en un quiosco. Los tuve que devolver, la hábil guayaquileña me había robado. Volviendo a pie, puteaba por lo bajo la mala suerte, sabiendo que mi gorda, para controlarme, seguro habría dejado puesta su llave del lado de adentro de la puerta.

S.F.

martes, 2 de abril de 2024

Leé mijita

Ni bien entró Mario, doña Diolinda, la cara cargada de preocupación, le entregó el sobre. Al abrirlo, Mario extrajo la cédula de llamada y en ese mismo acto sus ojos se nublaron, se le aflojaron las piernas. Como todo el mundo estaba al tanto de que los militares argentinos habían recuperado las Islas Malvinas y lo primero que le pasó por la cabeza fue desertar; tramó ocultarse igual que los malandras en el aguantadero del Tati, en el sector más inexpugnable de la villa; también podía comprar un pasaje de tren y partir esa misma noche hacia Santiago para hospedarse con los primos, en el rancho de adobe de su tía Maruja en las afueras de La Banda, el tiempo que hiciese falta.

- ¿Qué dice?, Marito- inquirió doña Diolinda, nerviosa, parada a su lado.

–Tengo que presentarme mañana a las siete en el destacamento de La Plata- contestó Mario con tono mezclado de rabia y congoja.

–Otra vez me sacan el ayudante de albañil. Carajo, no hay derecho- se quejó El Cholo, su padre, vociferando desde el baño.

Doña Diolinda rompió en llanto.

No pudo conciliar el sueño. Se levantó a las cuatro a preparar el desayuno para Marito. Lo despidió en la vereda. Al verlo alejarse estuvo a punto de correr para frenarlo. Mario, antes de doblar la esquina, se dio vuelta y la saludó agitando la mano. Su delgada figura bajo esa escasa luminaria, pero principalmente su franca sonrisa, la iban a acompañar por siempre.

Fragmento del cuento inédito Leé mijita

S.F.

sábado, 10 de febrero de 2024

Vacilación en la certidumbre del razonamiento

 Cuando lo fue a buscar el sinsentido se había ausentado y no supo qué hacer. 

S.F.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Freedom discoteque

 

Capital Federal, 1987 

La discoteca Freedom quedaba en el barrio porteño de Núñez, sobre la avenida del Libertador al 7900, pasando el estadio del club Obras Sanitarias de la Nación, cerquita de lo que había sido hasta hace unos pocos años el Centro Clandestino de Detención bajo el último gobierno de facto, que funcionaba en el edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Para entrar se ascendía por una escalera en dos tramos y apenas arriba lo primero que saltaba a la vista era aquella foto enorme de la agrupación de hard rock británico The Cult (en cuidado blanco y negro, como trío, sin baterista) del disco Love, colgada atrás de la barra. Recuerdo haber esquivado cuadrados puf de cuerina blanca desperdigados por gran parte del local en el que ese domingo tocaban Perdón Amadeus, la banda liderada por el colorado Gary Castro, luego devenido en conductor televisivo de programas musicales; Euroshima, cuya cantante llamada Wanda contaba con cierto parecido y se maquillaba imitando exasperadamente a Siouxsie, aunque tuviese varios kilos de más que la inglesa y Honrados Ciudadanos, otra de las tantísimas bandas que proliferaban por el circuito de pubs porteño pero que tenía la particularidad de contar con una baterista mujer, algo que no se veía desde la formación original de Sumo. Aquel ambiente sinestésico, armado con luminarias giratorias y lucecitas color violeta, propiciaba el clima de tonalidades envolventes necesario para que cualquier grupo se destacase, siempre y cuando sonara ensayado. Había ido raramente solo, aunque en el lugar conociese a casi todo el mundo y, como nunca, aspiraba divertirme. En un momento me asusté de verdad, esa es la palabra adecuada, cuando, entrando a la pista, tropecé con las caras chupadas y ojos saltones como búhos de los hermanos Moura, que me clavaron la mirada mientras sorbían las bombillas de sus respectivos tragos coloridos. Pero aquel susto iba a implicar el principio del final de la noche para mí, porque resulta que, apenas unos pasos adelante, me encontré a mi amigo Varicela, quien me invitó a tomar una ginebra en la barra. Ya había largado la banda con baterista femenina y el show no se podía seguir bien desde ahí; la bebimos como si fuese agua y me invitó otra, insólitamente servida en vasos de whisky. Mi idea era ver, así que me alejé de la barra, ginebra en mano, y no pasaron ni diez minutos cuando Varicela me aborda en plena pista con cara de preocupado repitiendo: “Unos psicodélicos me quieren pegar, unos psicodélicos...” “¿Que pasó?”, grité. “Les volqué ginebra”, aclaró Varicela abonando a mi confusión y, apenas levanté la vista sobre su hombro, conté por lo menos ocho “monos” que venían hacia nosotros apartando gente con geta de enojo. “Vamos”, ordené. Rápidamente nos escabullimos por un costado oscuro, los teníamos a un metro al bajar las escaleras como por un tobogán y así como salimos cruzamos Libertador; no sé todavía qué nos protegió, los autos consiguieron frenar o esquivarnos sin que se produjeran accidentes y nos puteaban hasta en mandarín. Corrimos atravesando calles laterales atentos a nuestros perseguidores y en un momento vimos aparecer a un colectivo de la línea quince por el carril contrario y cruzamos otra vez a los piques haciéndole señas y por suerte paró. No me olvido nunca más de la sensación de estar a salvo que me produjo ir, ante la mirada inquisitiva de unos pocos pasajeros, hasta el asiento largo del fondo y reconocer a nuestros amenazantes perseguidores, parados en la vereda respirando con la boca abierta, en clara actitud de fracaso; entonces, ya con el coche en marcha, apoyé las rodillas en la cuerina sosteniendo un fuck you con mi mano derecha en alto a través del vidrio trasero, que estaba sorprendentemente limpio. 

Texto incluido en el libro Aguafuertes de los ochentas, 2014.

S.F.

lunes, 16 de octubre de 2023

EL MAYOR Y LAS PERLAS (de Sergio Fombona) por Nicolás Correa

 La presente obra delimita el espacio que circunscribe a la literatura y a la historia en el mismo eje, sin caer en los avatares del relato histórico. El texto forma un discurso narrativo donde el tiempo de la narración es mayor que el dato historiográfico. El recorte que el autor ha realizado de la historia de Malvinas, porque es una historia penosa pero lo es al fin, (y no necesitamos recordar cuáles fueron sus causas y sus efectos) es el más acertado para su obra. La descripción deja vislumbrar ciertos matices del plano de la experiencia que no llegan a embarrar la narración. El autor acierta con el trato que hace del tema, ya que lo descomprime mostrándonos ciertas pinceladas del asunto. Refresca ciertas escenas, recupera ciertos personajes y allí gana su esfuerzo por no centralizar la obra en el eje típico de guerra.


Macho Soldati, boxeador e iniciático
El personaje central de esta obra, boxeador, joven, quién se inicia en la vida, en los placeres, en los trabajos.

Las descripciones acertadas del recorrido que el Macho hace de cada lugar que recorre, la geografía por la cual se desplaza le da al texto el aire de barrio que contagia los personajes con los cuales se relaciona. Todo está minado de esa inocencia de joven que ve por primera vez muchas de las cosas que nunca imaginó. La inocencia del Macho, es la inocencia del que descubre con sus ojos el mundo, en una primera instancia.
El encuentro con el amor, con la belleza, lo va a sorprender y demostrarle que no todo lo que brilla es oro. Ese encuentro con el otro sexo, la desmesura de la situación, el choque de clases que se plantea en ese intercambio sexual, la relación social que se juega en ese episodio, deja en claro que el Macho es más niño de lo que parece.

Golpear, mantener la guardia, quebrar la cintura, buscar el mentón, tirar un cross, caminar el ring, esperar el gancho, intentar nockear, y finalmente pelear por los puntos. Así se mueve el Macho Soldati en sus experiencias. Esa es la forma de transitar la vida. Por eso las dos muchachas no se pueden divertir como sus fortunas, hereditarias, lo permiten. Para Soldati lo lúdico no radica en tomar una línea y volverse un nene bien con aires de rebelde, sino en una exploración, un rastreo de otra sociedad que a él le está totalmente vedada.

El Macho inicia su juego en la vida y camina el ring, transita la lona buscando cansar al rival, intenta nockearlo pero sabe que si va por los puntos tiene posibilidades. Cuando el padrastro lo quiere enfrentar, levanta la guardia, cuando lo quieren sobrar y entretenerse con él, levanta la guardia. Es un personaje singular que mezcla inocencia y barrio pero que se las rebusca saliendo de las cuerdas.

Los personajes impregnados
Los personajes que integran El mayor y las perlas son personajes habitados por las costumbres de barrio. En este caso Pompeya es el sitio donde se nuclean ciertos seres con los que gravita el Macho Soldati. Todos bajo la misma lupa de lo barrial. Con solo hacer un recorrido por algunos de la composición de la familia de nuestro personajes principal, entendemos que se trata de determinada clase social. En esto debemos hacer hincapié ya que es una clase que luego se irá comprimiendo en nuestra sociedad, la clase media baja que terminó de baja a pobre. La descripción de su hogar se delinea en costumbres y roles familiares: el padrastro que obliga, la madre que resguarda a su hijo y la hermanita que molesta. Cada uno de ellos se extenderá en esos papeles temáticos. Irán transitando sus tiempos narrativos sin apuro y con un verdadero logro por parte del escritor, haciéndonos creer que están allí, que son un recorte de la vida en curso.

La segunda parte de la obra se inicia con un proyecto de ley sobre el uso del idioma nacional en nuestra republica y es la segunda parte del choque de clases, donde se cruzan dos clases bien distintas. Esta segunda parte es donde Macho Soldati vive una experiencia de iniciación, primero por el lugar que toma en la obra, y segundo, por lo que significa en sí dicha experiencia. Es un acercamiento al sexo opuesto que le dará cierto conocimiento de este y también cierto conocimiento de la clase con la cuál se relaciona. Por último, se debe prestar atención al personaje de la mucama que es quien vendrá a equilibrar las cosas en esta historia del Macho Soldati. Ella es quién dicta la procedencia de ellos y qué es lo que hacen en un lugar que les corresponde solo como algo lúdico o de servidumbre.

El mayor y las perlas guarda el sentido de una época histórica en que se definió una republica y sus años venideros.

Reseña publicada en el nímero 14 de la revista: "Los asesinos tímodos", en marzo de 2009.

martes, 3 de octubre de 2023

Bar El Porvenir

Por un microsegundo la mirada de Hugo se comunicó a través del grueso vidrio con unos intensos ojos cafés. No le surgió levantarse de su mesa, ni siquiera girar la cabeza para acompañar el desplazamiento de la chica, pese a haber sentido algo especial en ese ínfimo intercambio ocular. Recién con el paso del tiempo, Hugo aprendería que en la vida ninguna situación se repite, y que la palabra destino se va forjando sobre un sinuoso eje, afirmado en coincidencias semejantes a la experimentada aquella soleada mañana de agosto. 

S.F.


miércoles, 14 de junio de 2023

Temblor esencial

 

Alejo observa a una bandada de pájaros desplazarse sobre pasto recién podado; van a los saltitos, girando sus cabezas nerviosamente, parecen controlar el alrededor con su visión binocular, comunicándose entre sí a través de breves chillidos agudos, tan veloces como todos sus movimientos. Carecen de un dios, piensa Alejo; ni falta les hace, funcionan unidos por la desconfianza, porque dependen de su pericia para sobrevivir. 

S.F.