Hace dos noches no lograba dormir, a oscuras me revolvía en la cama fastidiada por los ronquidos de Maty, y de pronto, contando coloridas figuras algebraicas dispersas sobre el cielo raso, se iluminó mi mente y me sorprendí articulando esta larga parrafada en un diálogo interno: ninguna cosa es enteramente llana ni cristalina, del pasado al futuro hay apenas un instante, y así como existen varias dimensiones, también habría que hacer varias lecturas de lo que ocurre, porque la realidad es tan dinámica que nuestra interpretación resulta momentánea, pero todo sirve para descubrir quiénes somos. Seguía insomne, aunque maravillada por mi desconocido dominio del lenguaje y me vino a la memoria el ceño ojeroso del hombre bajito acompañado de la chica jovencísima.
El lunes pasado andábamos atareadas por el cambio de estación, doblando gruesas prendas de otoño-invierno, cuando ingresaron tomados de la mano, a paso lento, como rumbo a un atrio nupcial, aquella chica delgada junto a ese hombre canoso. Y en un acto que hoy, a la distancia, me atrevo a calificar de clarividencia, sin dudar fui a atenderlos. La chica paseó por el local eligiendo carrada de ropa, hasta que, por último, seleccionando una cantidad significativa, se encerró en el vestidor. Quedé a solas con aquel hombre en el sector de probadores: no volaba una mosca. “¿Cómo es tu gracia?”, preguntó repentinamente. “Valeria”, contesté a secas. Y, muy suelto de cuerpo, sugirió que daba el perfil de Madonna renacentista o mejor, corrigió enseguida alejándose medio metro para examinarme, un personaje prototípico de Fernando Botero. Yo no tenía idea de qué hablaba y amablemente asentí con oscilantes movimientos de cabeza. “Estimada Valeria, es obvio que te ha tocado desarrollarte en un ambiente obesogénico”, prosiguió deslizando unos centímetros la liviana cortina del probador. “Pobre criatura… Sucede que con el correr del tiempo, ése condicionamiento se torna casi irreversible”, ensalzó su perorata esforzándose por lograr tono paternal. Yo, desde arriba, le clavaba mi mirada osuna, sonriendo a regañadientes. “Estimada Valeria; conservas bonito cutis, piel fresca y eres bastante estilizada, si te lo propones, bien podrías desfilar en destacadas pasarelas con modelos inclusivas”. Aprobó, alzando el pulgar derecho, un conjunto de lino y tres suéteres de lana escote en V. “Otra peculiaridad sumamente provechosa, a su vez ilustrativa de tu inteligencia, es la elección del empleo, puesto que aquí confeccionan prendas a medida” ¡A medida que van cayendo!, pensé, mordiéndome la lengua, para evitar contradecirlo. A esa altura me molestaban sus gestos amanerados, sus desubicadas salidas ofensivas, sus afirmaciones sentenciosas y, para contrarrestarlas, se me ocurrió imaginar un típico comentario de Maty: “Este vejete se la come doblada”; contuve la risa poniendo cara de póquer. “Estimada Valeria, debes ser fuerte, nada es imposible en esta vida”.
En definitiva, ese personaje bajito, canoso, de relucientes dientes blancos terminó adquiriendo un vestuario completo para la chica jovencísima –tendría dieciocho o diecinueve años, veinte con toda la furia-, y fue la propia Beatriz, dueña de la boutique quien, invitándolos café con masas finas en su coqueta oficina del entrepiso, facturó a nombre de señor y señora no sé cuánto, apuntando dirección, localidad y demás datos precisos, para hacerles llegar aquella inusual compra a primera hora del martes.
S.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario